Un milagro para el abuelo

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Estoy seguro de que la vida me ha otorgado más de lo que me he merecido, a veces verdaderos milagros. Con lo que logré recabar luego de 60 años de ir de la ceca a la meca, apoyado en la palanca de la palabra, con un ángel como dulce compañía logré edificar mi casita familiar en Villa de Leyva. Desde ella, además del cielo y las montañas que nos tocan a la ventana, contemplo con mi mujer a nuestros hijos Salomé y Salvador “haciendo la vida”. De Salo debo ocuparme porque está viviendo una situación que nos tiene con los nervios de punta.

Luego de terminar sus estudios de Pedagogía Infantil en la Javeriana, viajó a Barcelona hace dos años largos a bregar por “tomarse el mundo” como le inculcó su papá. La cosa iba bien, con el cuidado de sus pupilos se sostenía, entregada a su vez a labores humanitarias. Presentó con tal brillantez el libro 'Sin maletas' de Margarita Solano que los editores españoles le ofrecieron publicar uno de ella, en lo que está sumergida.
Encontró el amor de su vida en el músico gringo-italiano Jeff Curtis que se desempaña en negocios de finca raíz y con quien convive en apartamento alquilado, y en las pasadas navidades, cuando nos visitaron, nos anunciaron que estaban a la espera de nuestra nieta primogénita, Emilia, para finales de agosto. Se le cumplía el sueño un primogénito recibido a los 30 para compartir en familia. Muy bien, mi mujer Claudia compró en Avianca pasajes para viajar a asistirlos en el postparto y quedarnos dos meses acompañándolos y regresarnos con ellos a nuestra casa y nuestra amplia familia a celebrar con pompa mis 80 noviembres.

De repente decidieron que era mejor que Emilia naciera en Colombia y adquirieron pasajes también por Avianca. Luego regresarían, conseguirían una vivienda en las afueras y a hacer la vida en medio de su felicidad. Cuando nos cayó la pandemia. A todos, porque ningún habitante del planeta está exento de riesgo. Millones viven presa de la inseguridad, del susto, del pánico, de la falta de recursos para alojarse y para comer. Y para volver a casa.

Sé que en este momento todos los seres humanos, y en nuestro caso concreto los colombianos, en el país y en el exterior, están viviendo su angustia que en ocasiones va tomando tintes de drama o tragedia. Pero por el hecho de que el colapso sea general no puede uno abstenerse de luchar hasta donde pueda por superar su personal conflicto. Recurrí a mis blasones en la carrera cultural, a mis amistades influyentes, a mi edad longeva recogiendo la siembra y a mi disponibilidad de apoyar a mi hija en esta emergencia. Acudí a la señora Canciller, mi coterránea Claudia Blum, y a la señora Embajadora en España, para solicitarles que mi hija, que podía viajar por derecho propio en los vuelos humanitarios, pudiera hacerlo asimismo con su esposo gringo. Tanto la Embajadora como la Canciller fueron la mar de cordiales y claras con el poeta.
Salomé podría viajar hasta que se lo permitiera el embarazo pero no su consorte, dada la prohibición de ingreso de extranjeros al país, que tiene rango de ley. Que una vez se levantara ese veto se tendría en cuenta el vuelo de Jeff. Pero Salomé no se aviene a dejar sólo a su amado en una de las capitales del desasosiego. Prefiere permanecer a su lado, a su lado parir a Emilia, y a su lado ver cómo permanecen con cero ingresos, viviendo episodios de depresión y tristeza, sin saber cuándo podrán volver a ver a los suyos y con el agravante de que sus actuales arrendadores les están pidiendo que desocupen para irse a vivir ellos.
Qué tal una pareja de deambulantes con niña de brazos buscando alojo. Y con el virus alborotado en las calles.

He entendido las explicaciones de la señora embajadora y de la señora Canciller, a quienes les agradezco su cordialidad y franqueza. Cuando no se puede no se puede. Pero no puedo quedarme sin conocer mi tercer fruto genético, mientras me preparo para emprender mi último vuelo, si es que Avianca ahora va al Paraíso y si me valen los puntos acumulados. Me queda recurrir al milagro. Casi nunca me ha fallado. Seguro que no va a fallarme esta vez. Ayúdame Chucho.