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Barack Obama, junto al entonces vicepresidente, Joe Biden, en una imagen del 9 de noviembre de 2016, en el exterior de la Casa Blanca.Pablo Martinez Monsivais / AP

Barack Obama y el elogio de la nostalgia

La victoria de Trump planteó preguntas sobre su legado, pero cuatro años después, el expresidente sigue movilizando votantes y es la unidad de medida de los posibles sucesores

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Cada cierto tiempo, en redes sociales, un puñado de entusiastas empieza a hacer circular la pregunta: ¿Podría Obama presentarse de nuevo a las elecciones? Si escribe su nombre en el buscador de Google, una de las primeras preguntas sugeridas —además de cuánto dinero tiene— consiste en ese eventual retorno. Y de tanto en tanto siempre hay alguien que acaba escribiendo un análisis constitucional y político sobre esa imaginaria candidatura. La última ola de añoranza se dio la semana pasada, cuando Obama aprovechó su discurso en una fiesta de graduación virtual para lanzar contra Donald Trump un ataque directo sin mencionar su nombre. “Esta pandemia finalmente ha cuestionado la idea de que quienes están al mando saben lo que hacen. Muchos de ellos ni siquiera están haciendo como que están al mando”, espetó. En redes sociales, arrasó. El presidente republicano se dio por aludido y reaccionó a la carga. Y los obamistas, volvieron a decir: ¿Por qué no él de nuevo?

Tres años y medio después de subirse al helicóptero para abandonar la Casa Blanca, cuando Obama habla, los demócratas escuchan. Su figura planea sobre cualquier debate del partido, a veces como oráculo; otras, como advertencia. Sigue siendo la unidad de medida para posibles sucesores —la campaña de primarias estuvo plagada de análisis sobre si quién se asemejaba más a Obama— y saca a Donald Trump de sus casillas como nadie. Tiene 58 años, 117 millones de seguidores en Twitter y la capacidad, al menos antes de la pandemia, de seguir llenando pabellones de gente que lo adora. La reivindicación de su tiempo ha vertebrado buena parte de la campaña del exvicepresidente Joe Biden. Su popularidad ha crecido, pero su presidencia concluyó con la victoria de un perfil tan antagónico como Trump, en formas y fondo. ¿No es arriesgada tanta nostalgia de Obama?

“La nostalgia puede ser lo que esta campaña quiera y necesite”, replica por teléfono el escritor y periodista Jonathan Chait, autor de Audacia: Cómo Barack Obama desafió a sus críticos y creó un legado que prevalecerá. “Prometer restaurar una presidencia como la de Obama sería una idea muy popular, no olvide que a la gente le gusta mucho Obama. Creo que la gente se equivoca y confunde la idea de restauración de ese tiempo con la recuperación de exactamente las mismas políticas que estaban en vigor en enero de 2017 [cuando Trump jura el cargo de presidente]. Esas políticas ni siquiera son las que Obama quería, sino muchas otras que pudo poner en marcha porque los republicanos controlaban el Congreso”.

El propio expresidente abordó esa idea en el discurso con el que anunció el 14 de abril su apoyo Joe Biden como candidato presidencial. “Si yo me presentase hoy, no haría la misma campaña ni tendría el mismo programa que tenía en 2008. El mundo es diferente”, dijo. El conjunto de los demócratas ha virado a la izquierda en los últimos 10 años. Biden ha sido el verso moderado del establishment demócrata en estas primarias y, aun así, marcan un viraje a la izquierda respecto a las de Hillary Clinton en 2016 y las de esta, a su vez, eran más progresistas que las que habían dado la victoria a Obama.

El apoyo a Biden por parte de Obama no se hizo público hasta que su último rival, el senador izquierdista Bernie Sanders, suspendió la campaña y dejó al vicepresidente como candidato in pectore. Respaldarle públicamente antes, cuando un político tan influyente en los jóvenes como Sanders seguía en liza, hubiese crispado la carrera y dividido más al partido.

Pero Obama no se había quedado callado, ni quieto, durante este tiempo. Influyó en la retirada de rivales de Biden como Pete Buttigieg o Amy Klobuchar, movimiento clave en el desenlace de las primarias, y en privado lanzó advertencias contra los cánticos revolucionarios para recuperar ese consorcio de votantes tan variopintos —de las almas más progresistas de la costa a las moderadas del Medio Oeste— que a él lo convirtió en el primer presidente negro de la historia de Estados Unidos. “Este país tiene más interés en hacer mejoras que protagonizar una revolución”, dijo en un encuentro con donantes en Washington, según recoge The Washington Post. “Al americano medio le gusta ver mejoras, pero la mayor parte de estadounidenses no cree que haya que tirar abajo el sistema entero y rehacerlo”, insistió.

El legado de Obama quedó irremediablemente marcado por la victoria de Trump. Cuando el mismo país que eligió dos veces al primer presidente negro de la historia estadounidense optó después por alguien que había agitado xenófobos, las miradas se volvieron hacia la candidata Hillary Clinton, pero también hacia su antecesor. Pese a que la demócrata ganó por tres millones de votos individuales, la abstención de sanderistas y afroamericanos fue decisiva en el recuento de distritos electorales del Medio Oeste.

“Mucha de nuestra gente no votó. Fue casi como una bofetada en la cara", lamenta Michelle Obama, en su documental Becoming. “Barack y yo, a lo largo de la presidencia, con las mentiras y lo que dijeron sobre nosotros, todo lo que pudimos hacer fue despertarnos todos los días y hacer nuestro trabajo”, reivindica.

Bajo su administración, se regularizó la situación de decenas de miles de jóvenes migrantes, aunque las deportaciones dispararon; reformó el sistema sanitario de Estados Unidos, pero quedó muy lejos de la cobertura universal y lo encareció para parte de las clases medias; la economía se recuperó con fuerza después de la Gran Depresión, pero la desigualdad aumentó. La obra resultó incompleta, debido en una parte por el bloqueo legislativo de los republicanos en el Congreso, pero la figura del demócrata ha crecido después de tres años de Administración de Donald Trump.

Obama dejó la Casa Blanca con una tasa de aprobación del 59%, según los datos de Gallup, la referencia de estos barómetros (la máxima de Trump nunca ha pasado del 49%) y en el primer sondeo retrospectivo que se le hizo, en 2018, la popularidad aumentó hasta el 63%. Otros datos dan cuenta del sexapil que Obama aún despierta.

“Suele ocurrir, hasta los presidentes que son impopulares cuando dejan la presidencial ven mejorar los ratios de aprobación años después. Si yo mismo le hubiese hablado justo después de las elecciones de 2016, le hubiese dicho, vaya, esto habla mal del legado de Obama. Pero es un político muy especial, único en una generación, y para los demócratas es una herramienta muy útil en la campaña. Los republicanos carecen de ella porque George W. Bush [único expresidente republicano vivo] no tiene la popularidad de Obama y tampoco tiene buena relación con Trump”, señala J. Miles Coleman, analista del Center for Politics de la Universidad de Virginia. “Fíjese en cómo Biden ha basado buena parte de su campaña en la nostalgia de ese tiempo. Pero Obama es muy difícil de replicar, el nuevo tono del partido no lo puede dar Biden, que no es exactamente joven, la renovación vendrá probablemente de quien escoja de vicepresidente”, añade.

En su etapa postpresidencial, ha dado discursos pagados a precio de oro, se ha convertido en personaje y también producto de lujo para Netflix y ha firmado junto a Michelle un contrato millonario por sus memorias. Las de la primera dama se convirtieron en la autobiografía más vendida de la historia. Además de todo eso, ha hecho política. Se empleó a fondo en la campaña de las legislativas de 2018 y ha criticado de forma medida e incisiva a Trump en varias ocasiones. A veces en privado pero con suficiente gente escuchando como para que se filtre a la prensa, como cuando hace unos días, en una llamada con antiguos colaboradores, calificó de “desastre caótico” la respuesta de Trump a la crisis del coronavirus.

En Estados Unidos suele decirse que los expresidentes no critican a los Gobiernos posteriores, por tradición, y que la era de Trump es tan extraordinaria que ha roto esa norma no escrita. “Pero no es verdad, eso es una invención reciente, esa supuesta norma la inventaron los Bushes porque ambos era muy impopulares al dejar el Gobierno y a los republicanos no les convenía que hablasen, pero los presidentes han sido históricamente críticos con sus sucesores, John Quincy Adams fue un congresista muy activo después de su mandato”, apunta Chait.

Washington está plagado de relatos. Uno muy recurrente es el que cuenta que, uno de los secretos motivos por los que Trump se lanzó finalmente a la carrera por la presidencia, fue la burla de Obama durante la cena de corresponsales de la Casa Blanca en 2011, cuando los presidentes suelen pronunciar un discurso con humor. El presidente replicaba a la teoría conspiratoria y racista que sostenía que no había nacido en Estados Unidos y que tenía al magnate neoyorquino entre sus grandes promotores. Obama acabó haciendo pública su partida de nacimiento. Trump sostuvo esa sospecha hasta 2016.

El episodio sí sirve para ilustrar que pocas personas sacan de quicio a Donald Trump como Barack Obama. En los últimos días se ha dedicado a agitar una nueva teoría conspiratoria acusando a su antecesor de corrupción, sin base alguna, al grito de Obamagate, pero hasta el fiscal general, William Barr, ha asegurado que no hay ninguna investigación. Nadie sabe muy bien cómo va a ser esta campaña electoral, entrada en el territorio inexplorado de la pandemia y con los actos públicos tan limitados, pero Barack Obama tendrá un papel destacado en ella.