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Una mujer se para frente a un panel que muestra el índice Hang Seng. (EFE)

Tres tendencias económicas a las que la pandemia puede dar la vuelta

Los cambios contracorriente no solo pueden transformar cómo percibimos los coches, también marcan un antes y un después en el turismo de masas

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Tener coche ya no es lo que era. Y eso puede ser una buena noticia para la industria del automóvil. En tiempos del covid-19, un coche lo mismo sirve para casarse que para manifestarse, o para ver una película en alguno de los autocines que empiezan a abrir. Entre los cambios más inesperados que está trayendo la nueva economía de la pandemia está el emergente protagonismo del vehículo privado. Ya no solo como manera de desplazarse de un lugar a otro, también como un refugio frente al coronavirus.

El automóvil llevaba varios años siguiendo la tendencia contraria. Cada vez atraía menos a los jóvenes urbanitas, cuyo interés en adquirir un coche o incluso sacarse el carné de conducir iba decayendo. Pero de acusarlo de contaminar y malgastar el tiempo de todos en los atascos, el coche empieza a ser percibido como una tabla de salvación para moverse sin temor al contagio del virus en la nueva distancia social.

No van a ser tiempos fáciles para muchas empresas relacionadas con el transporte. La última multinacional en entrar en bancarrota ha sido Hertz, el gigante estadounidense de alquiler de coches. No corren buenos tiempos para los negocios que dependen de los viajes, ya sean de negocios o de placer. Tampoco para las empresas fuertemente endeudadas, como era el caso de Hertz. Los grupos de alquiler de vehículos, igual que las cadenas hoteleras y las aerolíneas, han visto evaporarse sus ingresos repentinamente con la cancelación de todos los viajes de empresa por la pandemia. Y no todas estas empresas aguantan este 'shock'. El turismo internacional puede empezar tímidamente a remontar este verano, pero los congresos y desplazamientos por trabajo, que suponen dos tercios de los ingresos de muchas de estas compañías, parece que seguirán siendo por videollamada durante unos cuantos meses más. Porque no es lo mismo emprender un viaje voluntariamente, y allá cada cual con los riesgos que quiera correr, que hacerlo obligado por la empresa para la que se trabaja.

De pronto, las autoridades locales recomiendan evitar el transporte público

De ahí que en medio de la pandemia renazca por sorpresa el atractivo del vehículo en propiedad tras años cuestionando su futuro. De pronto, las autoridades locales recomiendan evitar el transporte público, que de ser la opción más recomendable para la movilidad ha pasado a ser peligrosa para la salud, y ruegan optar por el coche privado para evitar contagios. También las bicicletas y otros medios de transporte, preferiblemente individuales, se van abriendo paso y se está financiando su adquisición en muchas grandes capitales europeas. Esta contradicción está siendo un nuevo desafío para las ciudades. De un lado, los peatones necesitan más espacio para moverse guardando entre ellos una distancia mayor. Por el otro, los coches se perciben como la alternativa principal al transporte público. Y los que más interés captan no son necesariamente los menos contaminantes, sino los más económicos.

En los últimos años, los servicios de vehículos compartidos eran cada vez más demandados, porque permitían a los 'millennials' pegados al móvil pagar únicamente por los minutos que los utilizaban, ya fueran como pasajeros (Uber, Lift, Cabify) o como conductores (Car2Go, Zity, Emov). Grandes fabricantes como Daimler, PSA y General Motors apostaron por ello. Con el covid-19, la industria del motor en todo el mundo ha vivido un colapso en ventas durante el confinamiento, pero superado el 'shock' del bloqueo económico, si el miedo al contagio se prolonga, podría beneficiarse del cambio de tendencia.

En China, el mayor mercado de automóviles del mundo, este cambio ya está dejándose notar desde que empezó el desconfinamiento. En abril, el mercado chino anotó la primera subida en ventas de coches en dos años (creció un 4,4% en comparación al mismo mes del año anterior), y en mayo continúa la tendencia. Tampoco es que la industria del automóvil se esté haciendo demasiadas ilusiones, porque nadie duda ya de que llegan meses complicados y la depresión económica se prevé aguda y prolongada. No está claro que una remontada en ventas vaya a compensar la parálisis de los últimos meses y los problemas sobrevenidos en las cadenas de montaje. Está por ver también si en Europa se reproduce la tendencia. Pero hay esperanza, porque las encuestas a los consumidores reflejan un interés recobrado en la compra de coches en Europa y EEUU, sobre todo como alternativa al transporte público. ¿Ha llegado para quedarse el cambio de actitud de los consumidores en la percepción del coche entre los menores de 35?

“Podríamos llamarlo una compra-venganza”, explicaba Hakan Samuelsson, CEO de Volvo, en una reciente conferencia del 'Financial Times'. Una especie de desquite tras meses de encierro en el sofá del salón. Para la gente mayor de 40 años, el coche ha sido desde la juventud símbolo de libertad. Pero en el mundo del motor preocupaba que para los más jóvenes fuera visto como una atadura frente a opciones más flexibles de transporte. Con la distancia social y el nuevo tipo de ocio, tener un coche propio puede volver a convertirse en símbolo de libertad, y sería la primera vez que varias generaciones de jóvenes lo perciben como tal. Ir en metro o en Uber hasta un concierto solía ser más práctico que llevar un coche propio, pero todo cambia si para poder entrar a divertirse hace falta quedarse dentro del vehículo, como está pasando en festivales de música tecno en formato autocine que empiezan a proliferar en Europa.

Los cambios contra corriente no solo pueden transformar cómo percibimos los coches, también marcan un antes y un después en el turismo de masas. Su futuro ya no solo depende de que se levanten las restricciones a la movilidad internacional, sino del atractivo que puede perder a medio plazo viajar como solía hacerse hasta ahora. Hacinarse viendo la Fontana Di Trevi o hacer horas de cola para ver 'La Gioconda' puede perder gran parte del sentido que misteriosamente todavía tenía. Juntarse con mucha gente desconocida a hacer lo mismo tiene más papeletas de percibirse como un riesgo para la salud durante un tiempo. Y, por tanto, estará peor visto. Es la oportunidad para que otras opciones hasta ahora minoritarias ganen un nuevo prestigio social. La industria turística ya no solo tendrá que vender experiencias, también una mayor distancia. Pero no necesariamente entendida como lejanía al punto de partida, sino entre desconocidos. Viajar lejos era lo que antes del covid-19 denotaba cierto estatus, ahora los viajes con más aspiraciones serán sobre todo los que garanticen cruzarse con poca gente. Esto compromete la manera de viajar tal y como la conocíamos, en la que mucha gente junta era parte del paisaje habitual.

Es por tanto una oportunidad de resurgir lo rural. No solo como destino vacacional (para este verano, las casas rurales con piscina se están agotando en toda España). El cambio puede ser más profundo. La España vacía tiene una ventaja competitiva en toda España porque es ahora la que más libertad de movimiento tiene sin importar en qué fase esté su territorio. Vivir en municipios de menos de 10.000 habitantes ha pasado a ser sinónimo de una libertad que no se tiene en las ciudades. También la conexión con la naturaleza y el disfrute de un ocio al aire libre en el que ni siquiera hace falta llevar mascarilla porque no te cruzas con apenas gente. Dependerá de cuánto dure la amenaza del coronavirus, pero ante los riesgos de rebrote, lo rural puede vivir un nuevo auge.

Vale, los que vivimos en grandes ciudades tenemos innumerables opciones culturales y gastronómicas a las que los pequeños municipios no pueden aspirar. Pero hemos descubierto que durante meses todos los bares, museos y teatros se arriesgan a permanecer cerrados, por lo que la idea de vivir en un pueblo en el que se puede ir andando a todas partes sin horarios de paseos cobra un nuevo atractivo. Volverse a vivir al campo parecía hasta hace bien poco una cosa minoritaria de hípsteres neorrurales, pero la pandemia puede traer cambios también en esto. A medida que cierran negocios y el desempleo aumenta vertiginosamente en las ciudades, con el auge del teletrabajo y la agricultura reclamando más mano de obra, alejarse de núcleos urbanos suena cada vez menos descabellado para muchas familias jóvenes y jubilados que tienen claro que la próxima pandemia prefieren pasarla en su pueblo. La economía también es cuestión de prioridades.