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EDITORIAL

Deuda pendiente

Como todo acontecimiento que ocurre en estos días, la celebración de un nuevo aniversario de la Revolución de Mayo estará atravesada por la realidad pandémica. Por primera vez en más de un siglo, considerando que la educación pública asumió rasgos de generalización recién en la segunda mitad del siglo XIX, no habrá actos escolares conmemorativos y los actos públicos serán escasos y condicionados por el aislamiento social obligatorio vigente.

Estos festejos austeros y justificados serán, seguramente, una excepción. La Revolución de Mayo asume la envergadura de una celebración central de la nacionalidad argentina en tanto es su instante fundacional. Así lo instaló la historiografía mitrista y lo convalidaron otras corrientes de interpretación crítica de la historia oficial, aunque con perspectivas diferentes.

De todos modos, en estos 210 años que han transcurrido desde aquel hito histórico, la unidad nacional ha sido más una idea y un proyecto en construcción que una realidad concreta, terminada y absoluta.

Desde 1820, momento en que se definen las primeras identidades provinciales que se irán ampliando durante más de un siglo, cobraron cuerpo las disputas por la hegemonía y la instalación de diferentes proyectos de Nación entre Buenos Aires y el resto de las provincias. Las diferencias parecieron zanjarse con la unidad nacional forjada en torno a la Constitución de 1853, pero en rigor permanecieron, aunque morigeradas por la formalidad institucional, durante las décadas posteriores.

El modelo de país triunfante con la organización nacional forjó un país macrocefálico e inequitativo, con una capital rica y poderosa, una zona con altos niveles de producción situada en la zona núcleo de la Pampa Húmeda, y un interior con disímiles grados de desarrollo, en el que el norte grande argentino ha sido el gran perdedor.

La concentración de riqueza ha incidido, a su vez, en la configuración demográfica. Alrededor del 37 por ciento de los argentinos vive en el AMBA (Área Metropolitana de Buenos Aires) en una superficie de poco más de 38.000 km2, cuando la superficie total del país es de casi 2.800.000 km2.

La pandemia del coronavirus ha colocado la histórica división en la lógica de la propagación de la enfermedad. En los últimos días, en los que ha empezado a crecer el número de casos, más del 90 por ciento corresponden a personas contagiadas en el área metropolitana. En el resto del país, los casos son muchos más esporádicos, y en algunas provincias inexistentes, como en Catamarca y Formosa.

Si la pandemia augura transformaciones estructurales o al menos de importancia muy superior a los cambios que se producen al ritmo de la evolución normal de los hechos, debería la dirigencia argentina poner en discusión el carácter desigual del desarrollo nacional en todos sus aspectos, deuda pendiente en la historia de poco más de dos siglos. Parece ideal como momento de reflexión este 25 de mayo que se celebra bajo los efectos devastadores del Covid-19.