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Colas para entrar a un comedor social del Raval, en el centro de Barcelona, la semana pasadaMarta Pérez | efe

Las colas del hambre en Barcelona: «Familias que no se conocían se vieron obligadas a confinarse juntas»

Casi la mitad de las personas atendidas por Cáritas en la ciudad no habían acudido nunca a pedir ayuda

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Nunca habían pensado en tener que pedir ayuda. Son personas que trabajaban en la economía sumergida, con contratos irregulares o perjudicados por un ERTE de los que no percibieron aún un solo ingreso en la cuenta bancaria en más de dos meses. «Toda esta gente que sobrevivía en ese mercado se ha quedado sin nada», explica por teléfono Anna Roig desde Barcelona, donde es una de las responsables de Cáritas. Miles de catalanes siguieron impermeables a los titulares de la recuperación económica y las consecuencias del coronavirus terminaron por dar la estocada final a la mayoría. Las colas del hambre se han triplicado en Barcelona. Pero estas familias suponen solo la mitad de las personas que acuden a los centros para solicitar comida o ayudas con las que pagar el alquiler.

En Cáritas estiman que la mitad de la gente que solicita amparo no lo había hecho nunca o llevaba largo tiempo sin hacerlo. «Barcelona es de las ciudades más afectadas. La primera semana se colapsaron los teléfonos, incluso el sistema de redes sociales y el correo», apunta Roig. Habilitaron un teléfono gratuito de lunes a domingo y mantuvieron a tres voluntarios en su histórico centro ubicado en la Plaça Nova, junto a la Catedral, para «dar esperanza de que había alguien ahí». Pese al constante flujo de personas en una ciudad como Barcelona, Roig reconoce que se vieron desbordados muy pronto. «Muchas personas tuvieron colchón durante la primera semana. Fue en la segunda cuando notamos el aumento», apunta.

Entre las familias que acudían, muchas vivían en habitaciones realquiladas. Compartían piso con otras personas que no llegaban a conocer porque nunca coincidían a la vez en el apartamento. El confinamiento les convirtió en forzados convivientes. «Familias enteras que no se habían visto hasta entonces, porque rotaban con el trabajo, convivieron ahora en la misma vivienda», explica. A los centros no solo acuden para pedir comida. Un 11 % de las demandas son para el alquiler, y un 5 % para otros suministros, incluidos juguetes o pinturas para los niños.

Lo mismo ocurre en el Banco de Alimentos de Barcelona, donde uno de cada cuatro integrantes de las colas acuden por primera vez en su vida. Han lanzado una campaña junto a La Caixa en todo el país con el lema Ningún hogar sin alimentos, informando sobre cómo se reparte el dinero que necesita una familia para sobrevivir. Así, 10 euros bastan para que un hogar de tres integrantes disfrute de 2 kilos de pasta, uno de conservas, otro de arroz y un litro de aceite. El Banco de Alimentos reforzó su personal en la ciudad con tres nuevas contrataciones y la colaboración de más de 150 voluntarios, llegando a cuadriplicar su ayuda alimentaria ante la demanda de comida.

Personas sin hogar en la Fira

El Ayuntamiento de Barcelona reabrirá hoy al público sus veinte centros de servicios sociales repartidos por la ciudad. Durante los dos primeros meses de estado de alarma, el gobierno local indica que se han atendido a 34.385 personas. Cerca de 6.000 no habían pedido atención hasta entonces o hacía más de un año que no la habían requerido.

Las ayudas entregadas de forma urgente rozan los cuatro millones de euros, la mayoría empleados para sufragar gastos de alimentación y de vivienda. Otro dato que mide las devastadoras consecuencias para las familias son las entregas de comidas en la ciudad, que se incrementaron en un 192 %. Además, en la Cruz Roja se añadieron en las últimas semanas 60.000 nuevos demandantes en toda Cataluña.

La Fundación Arrels, que lleva más de treinta años atendiendo a personas sin hogar en Barcelona, llegó a contabilizar 1.239 personas malviviendo en las calles de la ciudad durante el confinamiento, desprovistos así de la cualquier protección contra el virus en el peor momento de la pandemia. La cifra es ligeramente superior a la del año pasado, cuando se estimaron unos 1.195. El dato, sin embargo, es preocupante para Arrels, al advertir que el consistorio ya había habilitado un albergue para personas sin hogar con 620 plazas de emergencia en un pabellón de la Fira de Barcelona, el gigantesco recinto ferial ubicado a los pies del monumental Montjuic y donde estaba prevista la organización del Mobile World Congress, suspendido por la crisis sanitaria.

«Las 1.239 personas que ahora hemos contabilizado visibilizan una situación muy grave en la capital catalana y una problemática que aumenta», lamentó la fundación en su último comunicado. Además de la Fira, el ayuntamiento de la capital catalana adaptó otros siete equipamientos en la ciudad para dar cobijo a más de 700 personas.

En Cáritas, Anne Roig prevé que el ritmo actual de personas demandantes de ayuda «se mantenga durante mucho tiempo» pese a la «incertidumbre» que se apodera de todo en esta pandemia. La responsable de la organización urge la entrada en vigor de una renta mínima para salvar a cientos de familias de caer en la pobreza extrema.

Protestas por el «desamparo»

En los últimos días se produjeron las primeras movilizaciones por los graves atrancos económicos de muchos hogares. El viernes, una veintena de personas convocadas por el grupo Vecinas en Red Ciutat Vella se manifestaron ante el centro de servicios sociales del barrio barcelonés del Raval pese a encontrarse aún bajo las restricciones de movilidad de la fase 0. En la concentración simularon una cola de personas guardando turno para criticar el «desamparo social e institucional» que sufren los vecinos en situación de precariedad. El grupo señaló que se han estado organizando para suplir la «falta de ayudas municipales», creando sistemas de recogida y reparto de alimentos básicos con las que han intentado abastecer a más de 90 familias del distrito de Ciutat Vella.