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OLIVIER HOSLET

España confía la salida de la crisis al futuro fondo de recuperación europeo

La propuesta francoalemana esconde trampas, la de los nórdicos nuevos recortes

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La Unión Europea se adentra en una semana crucial para el porvenir de sus economías. España tiene la vista puesta en Bruselas. Con la caja de su tesorería temblando y el temor a un encarecimiento de la financiación, el Gobierno de Sánchez se juega todas sus cartas al plan de recuperación europeo, todavía en fase embrionaria. Sin él, no habrá combustible para despegar de la crisis: «Estos días tendremos más seguridad sobre los instrumentos europeos que se pondrán a disposición de los países que han sufrido más impacto», aseguró ayer la portavoz del Ejecutivo, María Jesús Montero. España ya no rechaza nada. Ni el SURE para sufragar los ERTE, ni el estigmatizado MEDE, convertido en sinónimo de rescate. Aún así, puede que no sea suficiente.

A la Comisión Europea le toca mover ficha este miércoles. Presentará su propio plan para el futuro fondo de recuperación, un puzle que conjugará préstamos, transferencias y garantías. Aunque fue el Consejo el que le encargó esta labor, algunos Estados se adelantaron con la intención de marcarle líneas rojas.

Los primeros en hacerlo fueron Alemania y Francia. Su propuesta infundó cierta euforia inicial. Berlín se mostró dispuesta a permitir que Bruselas emita bonos de deuda con sello europeo de forma temporal y con un límite de hasta 500.000 millones de euros.Es mucho más de lo que estaban dispuestos hasta ahora pero, ¿qué hay detrás de la letra pequeña?

Emisión de bonos

Cero riesgos. La reacción a la crisis ha sido muy asimétrica. Alemania ha apostado por el Germany first. Solo después de haber garantizado la supervivencia de su tejido empresarial, que concentra más del 50 % de las ayudas de Estado aprobadas por la Comisión Europea, Alemania ha accedido a levantar el pie del freno. Lo hace, por tanto, sin arriegar demasiado porque no se está planteando una mutualización genuina de la deuda. Ni tampoco un paso decisivo hacia una «unión fiscal», como proclamó el presidente del Eurogrupo, Mario Centeno.

Trampa

Negociaciones eternas. El plan formaría parte de un paquete indivisible junto a los presupuestos europeos, cuyas negociaciones están enquistadas desde que Alemania y sus socios torpedearon las conversaciones el pasado mes de febrero. Por mucha urgencia que le quiera imprimir ahora, se encontrará con la negativa de los halcones a aumentar su volumen. Las negociaciones se pueden eternizar a pesar de que Alemania ostentará la presidencia rotatoria del Consejo desde julio hasta diciembre.

Cambio de reglas

Beneficiar a sus gigantes. La propuesta exige un cambio en el marco de ayudas de Estado y reglas de competencia para facilitar el terreno a la creación de grandes gigantes oligopolísticos en la UE. Algo a lo que se opuso con fiereza la comisaria de Competencia, Margrethe Vestager. La danesa abrió un conflicto con Berlín y París por bloquear la fusión de sus gigantes Siemens y Alstom. Ahora quieren amoldar el marco a las necesidades de sus industrias. Aunque Bruselas admite que se necesitan «supercampeones europeos» para competir con los colosos estadounidenses y chinos, también alerta de que esta concentración puede perjudicar el crecimiento o entrada en el mercado de empresas, también españolas o italianas.

Condiciones

Plan de reformas. La propuesta vincula la ayuda a firmar un compromiso con una «agenda ambiciosa de reformas». ¿Quién validaría esa agenda? ¿Qué pasa si el Estado bajo escrutinio no cumple con las expectativas? ¿Tendrá que ceder soberanía económica? Son cuestiones que se han deslizado a vuelapluma, dejando un amplio campo a la interpretación. No ayuda en nada el hecho de que los Países Bajos, Dinamarca, Suecia y Austria hayan formulado su propio plan alrededor de este pilar: reformas estructurales y recortes. Se niegan a aumentar la dotación de los presupuestos europeos para los próximos siete años y solo están dispuestos a articular un fondo a base de préstamos, para volver a ver cómo los países del sur se endeudan hasta hacer la factura indigerible. A pesar de la naturaleza exógena de la crisis, insisten en condicionar la ayuda a una supervisión estricta, con salvaguardas contra la corrupción y la violación del Estado de derecho, pero sin hacer mención al fin del controvertido dumping fiscal.

Las refriegas por la reforma laboral serán un lastre

El desvío del déficit, los «gastos sorpresa» y la amenaza de incumplir compromisos comprometen las negociaciones

C. P.

No hay mejor activo en tiempos de crisis que la confianza. Sobre todo si la supervivencia de la economía depende de que otros te presten dinero. España necesitará movilizar un ingente volumen de fondos para evitar que la crisis se cronifique. Ya no se trata de perseguir una recuperación en «V» o en «U» sino de evitar una «L». La magnitud del drama humano que ha vivido el país y los efectos indirectos de una depresión económica de la cuarta potencia del euro en el conjunto del mercado interior, consiguió ablandar los duros resortes germanos. Pero serán los detalles los que marquen la diferencia. No es lo mismo que extiendan una subvención que una cascada de préstamos. ¿Hasta dónde y a qué tipo de interés se puede endeudar España si cerrará el 2020 con ese indicador en el 116 % del PIB? Todo dependerá, por tanto, de las negociaciones en Bruselas.

Los últimos traspiés del Gobierno lastrarán su posición negociadora, ya diluida desde aquella propuesta que hizo de un fondo de 1,5 millones de euros a financiar con deuda perpetua. El desvío de la senda de déficit en el 2019 hasta el 2,8 %, el «gasto sorpresa» de 3.000 millones de euros anuales para sufragar el ingreso mínimo vital (no notificado en los planes de estabilidad remitidos a Bruselas hace menos de un mes) y la refriega gratuita en el Ejecutivo a costa de la supuesta derogación íntegra de la reforma laboral, propiciando la reacción airada de la patronal y la intervención analgésica de la ministra de Economía, Nadia Calviño, no son la mejor carta de presentación.

Los halcones del euro no pondrán las cosas fáciles. La Comisión ha perdido peso y hay que convencer a Alemania. Renegar de los compromisos en una situación tan delicada podría quebrar la confianza y desacreditar las legítimas demandas de España.