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Joaquin Corchero | Europa press

La rebelión de los burgueses

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Perdón por ser agorero, pero esto está lejos de mejorar. Estamos, de hecho, en el pico de una crisis que llevábamos años cultivando. Lo que ocurre en España comenzó a gestarse en 1996. Aznar había perdido unas primeras elecciones contra Felipe en 1993. «Tomo nota», dijo el sevillano. Pero tomó la nota en la misma libreta de papel mojado en la que firma ahora Pedro Sánchez sus acuerdos. Y en 1996, la gente de izquierdas se quedó en casa avergonzada. Así que Aznar pasó del «Pujol, enano, habla castellano» al «Pujol, guaperas, habla lo que quieras». Felipe tenía una costumbre. Daba igual las prisas de los ministros, todos los viernes al acabar el Consejo tomaba con ellos una tortilla en la bodeguilla de la Moncloa. La última tortilla fue especial, por la despedida. Y Felipe hizo un augurio que llega a nuestros días: «No podemos hacerlo, pero deberíamos abstenernos, porque Pujol y Arzalluz le van a sacar a Aznar hasta los higadillos».

1996. Parece que fue ayer. Lo que ha ocurrido en España en este casi cuarto de siglo es una disputa entre la nobleza y burguesía madrileñas del barrio de Salamanca -Núñez de Balboa, el conquistador extremeño de padre berciano que descubrió el océano Pacífico- y la oligarquía pujoliana de las comarcas agrarias catalanas. Simplificando, hay tres cataluñas: la Barcelona que un día fue cosmopolita, el cinturón industrial hoy en peligro poblado por andaluces, gallegos, leoneses... y esa Cataluña de naturaleza agraria que ha asaltado el poder, en una suerte de revolución de Os Irmandiños del siglo XXI. Irmandiños con el SUV aparcado en el porche de la casa modular, cargado de gasoil para subir de finde al Pirineo. Además de agrarios, un día fueron textiles, pero para entender por qué Cataluña se convirtió en una región rica y Galicia permaneció en la pobreza hay que leer el Diario de un turista (1839) de Stendhal. El segundo capítulo de esta historia lo ha escrito un tal Amancio en los últimos cincuenta años.

Irmandiños catalanes contra nobles y burgueses del barrio de Salamanca. Esta y no otra es la partida que se juega en España desde 1996, y a la que el resto asistimos durante años como incómodos espectadores, hasta que nos hemos dado cuenta de que estábamos metidos en el barro hasta la orejas. El aznarismo, reencarnado en esos dos adolescentes políticos llamados Casado y Ayuso le da réplica a Junqueras, Puigdemont y Torra con la revolución de Núñez de Balboa. El lazo amarillo contra el fachaleco y la pulserita rojigualda. Rebelión -con permiso del Supremo- en tiempos del estado de alarma. Mientras, al resto solo nos dejan mirar, como a la vaca que ve pasar el tren.

Aznar, Casado y Ayuso se equivocan. Quizás el tiempo desdibuje el análisis. A fin de cuentas, también Aznar consiguió derrotar a Felipe por incomparecencia del rival avergonzado. Pero lo más probable es que acaben fagocitados por Vox, porque le están haciendo un flaco favor a la derecha decente. A todos los ciudadanos, empresarios y políticos que votan al PP pero que jamás han aparcado en zona azul sin poner el tique.