Curas, al ataque

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¡Cómo le gustaría a uno, pobre ciudadano mortal, que en la homilía de la misa diario y el rosario de la tarde los ministros de Dios, los sacerdotes, se ocuparan del tiradero de cadáveres en Veracruz!

Simple y llanamente, igual, igualito que cuando Jesús tomó el látigo y lanzó a los mercenarios a madrazo limpio del templo, también los ministros de Dios tomaran partido por la tranquilidad, la dicha y la paz de los feligreses y se ocuparan todos los días de los años tan denigrantes que vivimos y padecemos!

Quizá, y arreciando el discurso eclesiástico, la vida en Veracruz, cuando los malandros están adueñados del día y de la noche, pudiera cambiar.

Con todo y que el secretario general de Gobierno se ponga los guantes y se lance contra el obispo que evidenció las reformas electorales.

Así como está el tiradero de cadáveres, putrefacto de impunidad, en ningún momento Veracruz necesita almas tibias, y que para nada sirven, sino neuronas frías con el corazón ardiente para restablecer el paraíso perdido.

Las elites eclesiásticas se ocupan del oleaje de inseguridad y el tsunami de impunidad. Pero lo hacen cada 8 días, cada quincena, en un comunicado oficial y en la homilía.

La felicidad humana, sin embargo, la libertad para vivir, el hambre de justicia, son de todos los días.

Hay protestas sociales, cierto. Desde los padres con hijos desaparecidos hasta los familiares de las mujeres asesinadas. Desde los crímenes de odio hasta los homicidios de niños.

Pero si los ministros de Dios se ocuparan todos los días del oleaje de inseguridad, entonces, quizá, otro gallito cantaría.

La grandeza del cristianismo es la búsqueda incesante del paraíso. La paz en los hombres y entre los hombres. La solidaridad humana y social. La fraternidad.

La vida tranquilos y reposados, sin sobresaltos, y menos, mucho menos, con un hijo, una madre, un padre, un hermano, un tío, un primo, asesinados.

Al momento, luego de tanta irritación social y desesperación humana por la pérdida de un familiar, desafortunados todos en sus legítimas esperanzas y derechos, el derecho a tener derechos como proclama la Declaración Universal de los Derechos Humanos, la única esperanza está en el púlpito.

La libertad está en juego. Y en estas horas adversas que vivimos y padecemos desde hace 27 años (Patricio Chirinos Calero gobernador, los cárteles iniciando su tiempo en Veracruz), "nunca la caridad divina puede frustrar la justicia en los hombres". (Albert Camus)

Los exgobernadores (Miguel Alemán Velasco, Fidel Herrera Beltrán, Javier Duarte y Miguel Ángel Yunes Linares) ya se fueron y la historia los ha juzgado.

Un año y medio después del sexenio guinda y marrón, la vida sigue igual. Un infierno llamado Veracruz.

La mitad del mundo y la otra mitad continúan soñando con la libertad para vivir y los 8 millones de habitantes de la tierra jarocha tenemos "hambre de justicia", la única esperanza es la homilía.

Pero la homilía, todos los días. A toda hora. Exponiéndose… a que desde el palacio de enfrente el rafagueo sea constante, duro, sistemático.

La población confía en la solidaridad social de los ministros de Dios. Ellos significan la única esperanza que resta entre los escombros de los muertos.

¡Cómo le gustaría a uno, pobre ciudadano mortal, que en la homilía de la misa diario y el rosario de la tarde los ministros de Dios, los sacerdotes, se ocuparan del tiradero de cadáveres en Veracruz!

Simple y llanamente, igual, igualito que cuando Jesús tomó el látigo y lanzó a los mercenarios a madrazo limpio del templo, también los ministros de Dios tomaran partido por la tranquilidad, la dicha y la paz de los feligreses y se ocuparan todos los días de los años tan denigrantes que vivimos y padecemos!

Quizá, y arreciando el discurso eclesiástico, la vida en Veracruz, cuando los malandros están adueñados del día y de la noche, pudiera cambiar.

Con todo y que el secretario general de Gobierno se ponga los guantes y se lance contra el obispo que evidenció las reformas electorales.

Así como está el tiradero de cadáveres, putrefacto de impunidad, en ningún momento Veracruz necesita almas tibias, y que para nada sirven, sino neuronas frías con el corazón ardiente para restablecer el paraíso perdido.

Las elites eclesiásticas se ocupan del oleaje de inseguridad y el tsunami de impunidad. Pero lo hacen cada 8 días, cada quincena, en un comunicado oficial y en la homilía.

La felicidad humana, sin embargo, la libertad para vivir, el hambre de justicia, son de todos los días.

Hay protestas sociales, cierto. Desde los padres con hijos desaparecidos hasta los familiares de las mujeres asesinadas. Desde los crímenes de odio hasta los homicidios de niños.

Pero si los ministros de Dios se ocuparan todos los días del oleaje de inseguridad, entonces, quizá, otro gallito cantaría.

La grandeza del cristianismo es la búsqueda incesante del paraíso. La paz en los hombres y entre los hombres. La solidaridad humana y social. La fraternidad.

La vida tranquilos y reposados, sin sobresaltos, y menos, mucho menos, con un hijo, una madre, un padre, un hermano, un tío, un primo, asesinados.

Al momento, luego de tanta irritación social y desesperación humana por la pérdida de un familiar, desafortunados todos en sus legítimas esperanzas y derechos, el derecho a tener derechos como proclama la Declaración Universal de los Derechos Humanos, la única esperanza está en el púlpito.

La libertad está en juego. Y en estas horas adversas que vivimos y padecemos desde hace 27 años (Patricio Chirinos Calero gobernador, los cárteles iniciando su tiempo en Veracruz), "nunca la caridad divina puede frustrar la justicia en los hombres". (Albert Camus)

Los exgobernadores (Miguel Alemán Velasco, Fidel Herrera Beltrán, Javier Duarte y Miguel Ángel Yunes Linares) ya se fueron y la historia los ha juzgado.

Un año y medio después del sexenio guinda y marrón, la vida sigue igual. Un infierno llamado Veracruz.

La mitad del mundo y la otra mitad continúan soñando con la libertad para vivir y los 8 millones de habitantes de la tierra jarocha tenemos "hambre de justicia", la única esperanza es la homilía.

Pero la homilía, todos los días. A toda hora. Exponiéndose… a que desde el palacio de enfrente el rafagueo sea constante, duro, sistemático.

La población confía en la solidaridad social de los ministros de Dios. Ellos significan la única esperanza que resta entre los escombros de los muertos.