El trágico error de Albert Rivera
by Javier CarrascoCiudadanos ha jugado sus cartas y ha perdido. Su último error estratégico ha sido salir en ayuda de un Gobierno acorralado por su nefasta gestión de la pandemia. Arrimadas y los suyos lo pagarán en las urnas. Pero la culpa principal es de Rivera por abrir la puerta al desastre actual al negarse a pactar con los socialistas hace un año
¿Qué hubiera pasado si el terrorista serbio-bosnio Gavrilo Princip no hubiera asesinado al archiduque Francisco Fernando, heredero del trono austrohúngaro, en Sarajevo el 28 de junio de 1914? ¿Se hubieran evitado los 17 millones de militares y civiles muertos de la I Guerra Mundial?
¿España se hubiera ahorrado su última guerra civil si Luis Cuenca, miembro de la guardia personal del ministro socialista Indalecio Prieto, no le hubiera descerrajado dos tiros en la nunca a José Calvo Sotelo, líder de la oposición en las Cortes republicanas, en la madrugada del 13 de julio de 1936?
Nadie podrá dar respuesta a esas dos preguntas. Hacer historia ficción conduce a un ejercicio de melancolía estéril.
En esta crisis me he preguntado varias veces si la historia de España sería hoy distinta si Rivera hubiera aceptado formar Gobierno con el PSOE hace un año
Pese a todo, desde hace meses, desde que nació por cesárea el Gobierno Frankenstein, y especialmente después, cuando comenzó la tragedia del coronavirus, me he preguntado varias veces si la historia de España sería hoy distinta si Albert Rivera hubiera aceptado entrar en un Gobierno de coalición con el PSOE después de la elecciones generales de abril de 2019.
Ambas formaciones políticas sumaban 180 diputados, una mayoría holgada como para haberse garantizado una legislatura sin los sobresaltos y las escaramuzas a las que asistimos en un Parlamento mermado en su control al Gobierno y anulado en su función legislativa desde el inicio del estado de excepción.
El doble sentido de mi voto a Cs
El 28 de abril de 2019 voté a Ciudadanos. Hice dos cálculos al otorgarle mi confianza a Rivera. El más optimista, y sin duda el preferido por mí, era que los conservadores de Pablo Casado y los centristas de Rivera sumasen suficientes escaños para formar un Gobierno de coalición. Como sabía que esta hipótesis era poco realista, el otro cálculo se apoyaba en un pacto entre el PSOE y Ciudadanos para dirigir el país. Existía además el precedente del acuerdo de la investidura fallida de Pedro Sánchez en 2016.
El propósito último de mi voto a Ciudadanos era impedir que el maniquí pactase con comunistas y separatistas. Es lo que lleva haciendo desde que fue aupado a la presidencia del Gobierno a raíz de aquella turbia moción de censura contra Rajoy.
Albert Rivera cometió un error de los grandes. El error de creerse que sería la alternativa del centro-derecha al socialismo. Sus votantes no entendimos el empecinamiento en no negociar con el presidente maniquí —que tampoco puso ningún interés en el acuerdo— por un escrupuloso y absurdo respeto a la palabra dada en una campaña electoral. La mayoría de los votantes le hubieran perdonado esa traición —qué es la política sino traicionar— por el bien del país. No lo hizo, y el resultado fue que lo que pretendíamos evitar: el Gobierno cayó en manos de los enemigos de España.
Rivera fue el primero en pagar su error estratégico con el fracaso cosechado en las elecciones generales de noviembre pasado. De 57 diputados se quedó en sólo diez. Dimitió. Le sucedió Inés Arrimadas, la primera política no nacionalista que les ganó unas elecciones autonómicas a los independentistas en Cataluña. Esto, que a la postre no sirvió de nada, fue una proeza.
La mayoría del electorado dio la espalda a Ciudadanos porque dejó de ser eficaz para sus intereses. Si con su negativa a pactar con el maniquí allanó el camino a un acuerdo entre socialistas y comunistas, ¿de qué serviría confiar de nuevo en el partido centrista? Por eso las urnas se vaciaron de votos naranjas.
Arrimadas, cómplice del Gobierno aterrador
Lo que no hizo Rivera en su debido momento, ahora lo pretende hacer Arrimadas a destiempo. Ciudadanos debió pactar con los socialistas hace un año y no ahora. A cambio de nada ha salvado dos prórrogas del estado de excepción. El apoyo a este Gobierno aterrador sólo conduce a alargar la agonía de un país que llora a decenas de miles de muertos y se enfrenta a su mayor crisis económica y social desde la posguerra. A ojos de la mayoría de sus votantes, Ciudadanos es el cómplice de un Ejecutivo que es un peligro para nuestra supervivencia.
El centrismo español tuvo su oportunidad hace un año, y la desaprovechó. Los centristas no acaban de encontrar su sitio en la política nacional. Ignoran cuál debe ser su papel. Todos los intentos han fracasado, desde la UCD hasta el CDS.
Ciudadanos podía haber sido la gran fuerza liberal de España, con el respaldo de entre dos y tres millones de votantes. Su misión hubiese sido ser el partido bisagra, a derecha e izquierda, para evitar que los sucesivos gobiernos fuesen rehenes de los nacionalistas reaccionarios de la periferia.
Pero no ha sido así, para desgracia de nuestro país. Ciudadanos se creyó la reina de la fiesta, y se equivocó. La fiesta acabó. En su lugar hay un velatorio. Lo único que les queda por decidir es quien será el último que apague la luz.