La cálida Antártida

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Al continente blanco, la Antártida, ya no lo cubre por completo la nieve. Tampoco es tan frío ni tan grande como se le ha conocido y la fauna única que lo poblaba disminuye con rapidez sin que se pueda hacer algo. Lo que sucede en ese extremo de la Tierra preocupa por el impacto que tiene sobre la región y también porque es el reflejo de lo que pasa o pasará en el resto del Planeta.

Esta semana el Polo Sur registró la temperatura más alta de la que se tenga conocimiento: 20 grados centígrados, algo así como un día de frío en Cali. Ese no es, sin embargo, el único síntoma de alarma; desde diciembre no cae nieve, lo que unido al inusitado calor ha hecho que zonas como la isla de San Jorge, donde tienen base varias expediciones internacionales encargadas de investigar y estudiar ese territorio indómito y desconocido, parezcan más un desierto.

No paran ahí los fenómenos insólitos. Ayer no más se desprendió del glaciar de Pine Island un iceberg de 300 kilómetros cuadrados, el más grande del que se tenga registro, lo que confirma que el calentamiento global está derritiendo el llamado sexto continente. El cambio climático también ha llevado a que poblaciones como las de pingüinos barbajo se hayan diezmado hasta en un 75%, a que se evidencie una disminución del número de ballenas azules, focas o leopardos marinos, habitantes tradicionales de esos mares, o a que aumente el número de aves que migran desde América.

Esas son señales de que la Antártida ha entrado en un proceso que destruye sin pausa su medio ambiente y sus ecosistemas. Es inaudito que una región inhóspita, inhabitada y en aislamiento extremo haya llegado a esa condición, o que registre altos niveles de acumulación de dióxido de carbono, como se descubrió el año anterior, pese a estar a miles de kilómetros de cualquier complejo industrial y a que está prohibida la extracción de hidrocarburos, que abundan pero nunca serán explotados por decisión internacional.

Eso quiere decir que lo que se está haciendo o dejando de hacer en el resto del Planeta y que afecta al medio ambiente, repercute incluso en el extremo y lejano Sur. Por ello, las miradas se dirigen cada vez más hacia ese lugar, entre otras razones porque lo que suceda allá se sentirá más temprano que tarde en el resto del mundo, por ejemplo cuando se derritan los glaciares gigantes que se desprenden y los niveles de los océanos suban varios metros, arrasando con ciudades costeras. O cuando las corrientes marinas se calienten más y por ello se destruyan ecosistemas completos, afectando las economías locales y poniendo en riesgo la seguridad alimentaria de millones de personas que dependen del mar para su sustento.

El Polo Sur es el espejo en el que debería mirarse la humanidad, en especial aquellos que todavía consideran que el cambio climático es un invento y la conservación del medio ambiente un embeleco al que no hay que prestarle atención. Las evidencias y las consecuencias están hoy visibles en la Antártida.