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#OPINIÓN El Delcygate, el Brexit y el Coronavirus. Tres circunstancias… ¿Tres nociones de soberanía? #14Feb
by Héctor J. Pantoja PérezAl terminar enero, fueron muchos quienes dijeron que no había concluido un mes porque, noticiosamente, había más bien terminado un año. Puede que sí. Enero fue el mes del Foro de Davos, del comienzo de la gira internacional de Juan Guaidó, de la materialización del Brexit, del asalto a la Asamblea Nacional venezolana, del incidente de Delcy Rodríguez en el aeropuerto de Barajas, del coronavirus, los incendios en Australia y, entre otros, de la apretada investidura de Pedro Sánchez en España.
Aparentan ser una serie de acontecimientos inconexos entre sí pero, aunque parezca mentira, esconden la potencialidad de ser relacionados con una de las preocupaciones principales de esta época de resurgimiento del nacionalismo. En efecto, el tratamiento de cada uno de estos acontecimientos por parte de cada gobierno, refleja tanto una manera de responder a los problemas, como la adopción de una postura respecto de las nociones de soberanía y derechos humanos.
Por un lado, está la que pudiéramos llamar respuesta pragmática de China ante el coronavirus, una emergencia sanitaria con la potencialidad de generar una catástrofe de carácter humanitario que, partiendo de la enmienda de una actitud anterior de opacidad y un reconocimiento de ciertas limitaciones de la potencia asiática para manejar la crisis, ha logrado provocar sentimientos, preocupaciones y actitudes de cooperación y solidaridad internacionales.
En efecto, sorprende que el peso de la realidad, es decir, de la vida de más de 800 personas, haya podido colocar a China, fiel defensor del principio de no intervención en otros países, no solo en la posición de eximir de aranceles a los productos para la prevención y control del coronavirus importados, sino de solicitar a la Unión Europea que facilite la adquisición urgente de suministros médicos, y de pedir a Ursula von der Layen, presidenta de la Comisión, intensificar la cooperación.
¿Cómo han respondido las autoridades, empresas y organizaciones de talla mundial? Casi al unísono en defensa de la vida. La Organización Mundial de la Salud (OMS) lo hizo declarando el estado de emergencia sanitaria. Las autoridades deportivas mundiales observan con preocupación, y se debaten entre si suspender o celebrar los eventos, para evitar aglomeraciones de público y ayudar a rebajar el riesgo de contagio. Google, Amazon y Microsoft han cerrado sus oficinas en China, Hong Kong y Taiwán. General Motors y Toyota han pedido a sus trabajadores que alarguen sus vacaciones de Año Nuevo chino ya que mantendrían cerradas sus fábricas al menos hasta el 9 de febrero. Y, por si fuera poco, el turismo interno y externo ha llegado a mínimos después de que las principales aerolíneas mundiales hayan decidido congelar sus vuelos.
Apartando esto, está el tema de la universalización del impacto que el virus tendrá en la economía china, ya que el país asiático representa el 18 % del PIB mundial, constituye una fracción equivalente de las exportaciones mundiales y, en definitiva, es una economía más estrechamente vinculada con el turismo mundial que en 2003. Frente a la caída del consumo, el Banco Popular de China (PBOC) se ha visto obligado a rebajar los tipos de interés y a inyectar unos US$ 22.000 millones en el sistema financiero. Pero con todo y eso, según diversos analistas, la emergencia sanitaria restará entre un 1 % y un 2 % al PIB anual de ese país. Asimismo, el desplome del precio del petróleo visto estos días se debe a que el gigante asiático consume alrededor de tres veces más crudo ahora que en 2003. Pero, en este caso, ¿han importado más las pérdidas económicas que la protección de la vida más allá de las fronteras? No. Aquí el valor de la vida parece haber abierto los confines de la tierra.
Por otro lado, las declaraciones del gobierno nacionalista de Boris Johnson respecto de la Unión Europea tras la consumación del Brexit el pasado 31 de enero, son una suerte de paroxismo soberanista derivado del nacional-populismo de los tories. Estos, sin crisis urgentes que los apremien por el momento, se han planteado vender el Global Britain: una visión según la cual el Reino Unido se convertirá, en solitario y peleando con un solo brazo, en una influencia diplomática, comercial, militar y cultural; este sería el nuevo rol del país en el contexto global.
Hablan de una Gran Bretaña que será líder en materia de cambio climático e incluso en derechos humanos, con el potencial, además, de convertirse en el centro comercial y de negocios del mundo, debido a sus profundos vínculos con la Unión Europea y Estados Unidos y, por supuesto, gracias a la liberación de las restricciones que suponía pertenecer a la primera, esa <> que le impedía negociar con el mundo.
¿Llegará el Global Britain a concretarse alguna vez? Para el gobierno de Johnson parece no contar el tiempo, ni el estado de división y aislacionismo en que ha quedado el país, ni la visión menos optimista de los expertos que ven las nuevas negociaciones comerciales como un desafío complejo que, además de largos plazos, supondrá monumentales esfuerzos políticos y técnicos de pronóstico incierto. No debe olvidarse que, a fin de cuentas, Reino Unido es actualmente una economía de tamaño mediano en un mundo de superpotencias y bloques comerciales.
Finalmente, digamos que el Delcygate y el no recibimiento de Pedro Sánchez al presidente legítimo de la Asamblea Nacional venezolana, revelan también posturas frente al binomio soberanía derechos humanos. Son el tipo de postura que justifica que un político sancionado por la UE, precisamente por violaciones de derechos fundamentales, vulnere la soberanía del antiguo continente pisando suelo europeo, para evitar una crisis diplomática; o la clase de postura que resta énfasis a la necesidad de apoyo de un pueblo excluido de los más elementales derechos, usando derivaciones del argumento de no injerencia en asuntos internos.
La ausencia de derechos humanos, en general, causa los mismos estragos que la afectación de la salud y la vida que ocasionan las epidemias. Un país con deficiencias en la protección de los derechos fundamentales de sus ciudadanos es un país de excluidos, política, social y económicamente. Pero en contextos distintos a la urgencia, estas deficiencias son menos visibles y, cuando ponen en entredicho la estabilidad política de un determinado gobierno, a menudo silenciadas. De allí que un nuevo cambio de postura respecto de la noción de soberanía aparezca: la sensibilidad para percibir injerencia extranjera e intromisiones, toma lugar nuevamente.
¿Cuál de las anteriores es la posición que resulta más responsable? Queda abierta la pregunta. El punto está en verificar a qué distancia seguimos estando del ideal planteado hace poco por Antonio Guterres, secretario general de Naciones Unidas, en el sentido de que tanto más soberanos y fuertes eran los países, cuanto más abiertos y vigilantes permanecían en la defensa de los derechos humanos, por lo que la resistencia a apoyar estos derechos más allá de las fronteras nacionales estaba a menudo vinculada al argumento de una <<falsa dicotomía>> entre derechos humanos y soberanía nacional.
En frente tenemos la incógnita de si este será el siglo en el que, más allá de la división y el aislacionismo que genera en la cara interna de los países el resurgimiento del nacionalismo populista, nos permitiremos equiparar en urgencia toda amenaza a la vida, así como generar, respecto de los derechos humanos, las mismas actitudes de solidaridad y cooperación que generan las epidemias.
Héctor J. Pantoja Pérez-Limardo