¡Al diablo los sueños!

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No todo sueño es realizable. Cada día está más de moda generarles expectativas falsas a niños y adolescentes que miran con admiración a esos falsos héroes que les mienten diciéndoles que todo es cuestión de soñar alto. No. Soñar y soñar no nos lleva a ningún ningún. Mucho les ahorraríamos a nuestros hijos (a los suyos, porque yo no tengo) si les dijéramos de una buena vez que no todo es posible en esta vida, que no todos van a ser cantantes, deportistas o youtubers famosos y millonarios. Bien les haríamos enseñándoles que el futuro se construye con los ojos muy abiertos y que, lastimosamente y como dice el dicho, “lo que te toca ni aunque te quites y lo que no, ni aunque te pongas”.

Desde el sueño americano hasta el Just do it de una famosa marca de tenis, todo lo que nos rodea nos invita a perseguir sueños inalcanzables y, lo que es peor, a creer que solo con soñarlos basta. Pensé en esto hace poco, viendo un espectáculo de flamenco, arte que me conmueve y que llevo, no en la sangre, sino en la memoria porque mi papá estudiaba guitarra flamenca debajo de mi cuarto todas las mañanas a las 5 a. m. (como verán, el ejemplo de mi viejo nada ha tenido que ver con soñar, sino con levantarse más temprano a estudiar).

Cuando tuve la oportunidad de conocer y ver de cerca a muchos maestros de este arte, desde cantaores, como El Cigala, hasta bailaores como Antonio Canales y Sara Baras, me preguntaba por qué diablos Dios no me había echado al mundo gitana y bailaora, y soñaba con estar montada en un tablado. Me metí a clases, claro, pero resulta que para bailar flamenco hay que convertir los pies y las palmas en un instrumento de percusión muy preciso. Y eso toma tiempo y práctica, no sueño. El profesor me decía punta, talón, talón, punta, y yo, terca y soñadora, no hacía caso porque si me fijaba en la técnica me frustraba de no ser Sara Baras de buenas a primeras.

Entonces entendí que, como cualquier arte, el flamenco es primeramente una disciplina, no un sueño. Y que para llegar a eso que yo quería, había que atravesar un sinfín de días de frustración haciendo caso y progresando con cuentagotas desde muy niña. Aun más triste era que, como yo ya no era una niña, a lo mejor ese sueño no iba a ser. Pero en cambio sí podía aprender a bailar de a poquitos, día a día, muy despierta y concentrándome en lo asible, que es todo aquello que bordea el universo de lo imposible.

¿Y qué es lo asible? ¿Soñar con ganarse el Nobel de Literatura o empezar un día a juntar letras hasta formar palabras, y palabras hasta formar oraciones, y oraciones hasta formar párrafos, y párrafos hasta formar capítulos, y capítulos hasta formar libros, y libros malos hasta hacer libros buenos, y libros mejores hasta hacer libros únicos? Yo no me convertí en

escritora por soñar con serlo, sino por hacer de mi quehacer diario un goce repetitivo que me lleva casi sin proponérmelo a “estar siendo” escritora día a día. Bien despierta empecé a escribir y seguiré escribiendo sin que me premien con una cima en la que por fin me siento ganadora.

El mundo no se divide entre ganadores y perdedores. Aquellos que triunfan son esos que están acostumbrados a los triunfos chiquitos de todos los días, como levantarse más temprano a estudiar guitarra flamenca hasta lograr tres acordes seguidos sin equivocarse. Mi papá no sueña con ser Paco de Lucía, mi papá simplemente toca y toca que es, a fin de cuentas, lo único que está en sus manos y en las de cualquier mortal: hacer y hacer todos los días, no con el ánimo de ser los mejores o de ser famosos, sino gozándonos el camino sin que la obsesión por la cima nos nuble la vista. Satisfechos de estar yendo, no de llegar. Me sabe mal contradecir al gran Calderón de la Barca y con él a tantos influenciadores que invitan a la gente a soñar: la vida, queridos amigos, no es sueño.

* Nota de buenos modales: No sé si se estile saludar a aquellos que por primera vez se encuentran con mi nombre por estos lares, pero yo siempre saludo, incluso a los desconocidos con los que me topo por la calle mientras paseo al perro, a pesar de que me miren de reojo y con desconfianza, así que esta no será la excepción. Mi columna pretende ser un espacio de “antiayuda” en el que no encontrarán las frases de cajón que todo experto de la auto ayuda suelta de dientes pa’ fuera con el fin elogiar la existencia y “animar” a quienes la padecemos por momentos. Mi única manera de sortear la vida ha sido el realismo y por eso quiero compartir esta antiayuda con ustedes.


Margarita Posada J.
Autora de Las muertes chiquitas
@SrtaBovary