'Sinónimos': Yoav, le fou
by Miguel Ángel PizarroLa carrera de Nadav Lapid ha ido muy de parte de la crítica desde su primer largometraje, la polémica 'Policía en Israel' (2011), ganadora del Premio Especial del Jurado en el Festival de Locarno; seguida de la intensa e hipnótica 'La profesora de parvulario' (2014), Giraldillo de Plata en el Festival de Cine Europeo de Sevilla. Con su tercera película, el cineasta da un giro para mostrar su lado más personal e íntimo. 'Sinónimos', Oso de Oro en el Festival de Berlín de 2019 y ganadora también del premio FIPRESCI, es también su trabajo más ambicioso hasta la fecha.
Lapid entra de lleno en la trama desde su inicio, con un plano secuencia en cámara en mano, que provoca desde el primer instante desasosiego. El joven protagonista, del cual no se conoce aún su nombre, camina con celeridad por las calles de París, entrando en un elegante edificio de la calle Solférino, situada en el distrito VII, uno de los más lujosos de la capital gala. En lo que parece su refugio, el protagonista acaba completamente desnudo y sin sus objetos de valor, provocando que corra por todo el edificio buscando ayuda.
Con una escena tan gráfica, Lapid crea una carta de presentación magnífica, en la que empieza a intuirse que se está ante una propuesta muy personal, en la que la desesperación y la sensación de huida están presentes en todo momento. Ese joven, de nombre Yoav, es un chico israelí que, tras terminar el servicio militar obligatorio, reniega de su país, de su propio idioma y busca tener una nueva vida en París, con el único deseo de convertirse en un ciudadano francés.
Un enfoque cinematográfico hacia una premisa personal
Bajo esa premisa, Lapid configura un filme caótico (en el buen sentido) con el que la cámara es transmisor de lo que siente el protagonista dentro. De cómo ese idealismo por ser francés es un parche, una forma de evadir su auténtico problema, que tiene con su relación con su propio país, en la que el cineasta muestra uno de los grandes problemas que tiene Israel, una sociedad completamente militarizada y con un sentimiento bélico de violencia implícito, al sentirse rodeado por enemigos que buscan su desaparición, como también por un trauma aún sin resolver relacionado con la Shoá.
Sin duda, 'Sinónimos' es una dura crítica hacia una sociedad que obliga a todos sus ciudadanos a padecer traumas relacionados con su formación militar (hombres y mujeres están obligados por ley a tenerla). Precisamente la escena más impactante de la cinta, que tiene muchas, está en la búsqueda de sinónimos de Yoav para describir a su propio país: "Vine a Francia para huir de Israel, huyendo de ese mal estado, obsceno, ignorante, idiota, sórdido, fétido, grosero, abominable, odioso, lamentable, repugnante, detestable, lleno de maldad y ruin". Sin embargo, a la hora de especificar y argumentar ese motivo, el protagonista es incapaz.
De esa forma, Lapid evita caer en juicios políticos y sociales, haciendo una enmienda a la totalidad, no mostrando los motivos concretos que le hacen a Yoav renegar de su patria. Es más, juega al misterio, de tal forma que deja al espectador el que sea el que valore la magnitud de su trauma. Por otro lado, el cineasta utiliza esa mirada idealizada de París para hacer una dura crítica a la sociedad gala, tan nacionalista o más que el propio Israel, que toma a Yoav como un elemento exótico del que disfrutar y aprovecharse, muestra de ello es la típica pareja burguesa que lo rescata.
Una espiral de autodestrucción que recuerda a 'Sauvage' y 'Rester vertical'
Con ese potente discurso, que en el fondo es un duro retrato de los nacionalismos, Lapid entremezcla sus propias vivencias (él huyó a París un año después de hacer el servicio militar, renegando de sus propias raíces) con un estilo visual y narrativo con el que se muestra como pupilo del cine galo más escéptico de su propio país, la Nouvelle vague. Efectivamente, se pueden ver referencias a cineastas de ese movimiento, concretamente a Godard, con un protagonista que parece Jean-Paul Belmondo en 'Al final de la escapada' (1960).
No obstante, la espiral de autodestrucción en la que se ve envuelto Yoav recuerda más bien a los protagonistas de filmes más recientes, como 'Sauvage' (2018) o 'Rester vertical' (2016), con personajes masculinos que viven situaciones de extrema violencia, con huidas sin destino y situaciones homoeróticas en las que se ven múltiples desnudos frontales de varones (esto último sello también de Lapid, al haber tenido escenas de este tipo en anteriores trabajos suyos). De hecho, una de las secuencias más brutales de la cinta, en la que Christophe Paou (el bello tenebroso maduro de 'El desconocido del lago') se aprovecha del protagonista es, quizás, el mejor resumen de esa espiral en la que entra el personaje.
Tom Mercier, la joven promesa a estrella
Para semejante papel, en el que Lapid se desnuda emocionalmente, el cineasta cuenta con un protagonista que es un auténtico descubrimiento: Tom Mercier, que debuta como actor en este filme, con el que se entrega en cuerpo y alma. Su profesión inicial fue la de judoka, para después tener una carrera como bailarín y modelo. La joven promesa, que ya tiene varios proyectos en agenda y está trabajando en lo nuevo de Luca Guadagnino, aprovecha la disciplina y fuerza del judo con su experiencia en la danza para configurar un protagonista que es capaz de pasar de la alegría al odio en cuestión de fracción de segundos.
Al lado de un joven que es una auténtico bomba molotov por dentro están dos magníficos partenaires: Quentin Dolmaire y Louise Chevillotte, que son la típica pareja de burgueses aburridos con su vida decadente. Ambos cumplen con los estereotipos de películas de Philippe Garrel, recordando también a los hermanos protagonistas de 'Soñadores' (2003) de Bertolucci. Además, ese triángulo amoroso que forman con Yoav evoca la relación a tres de los protagonistas de 'Jules y Jim' (1961) de Truffaut.
Finalmente, 'Sinónimos' es una confesión personal (el guion está escrito por Lapid y su padre Haïm Lapid y el montaje corrió a cargo de su madre, Era Lapid, fallecida en 2018), que evocando al movimiento más "anti-nacionalista" del cine francés crea un largometraje único, el mejor firmado hasta la fecha por el cineasta. Una experiencia tremendamente real, en la que esa catarsis que se espera encontrar, muy propia de este tipo de cine, no llega, como tampoco, en muchas ocasiones, sucede en la vida misma. Una pequeña joya cinematográfica.
Nota: 8
Lo mejor: La entrega completa de Tom Mercier a la película, ese joven promete ser una referencia del cine europeo.
Lo peor: Situaciones extremas que pueden hacer salir al espectador.