La insidia como marca
by Jesús Santa Rodríguez, Representante PPDNuestro país se encuentra a merced de mensajes beligerantes que azuzan la flama de la discordia e hinchan de incertidumbre los ánimos del pueblo. Es el nuevo tono de algunos políticos del partido de gobierno, que utilizan las plataformas sociales y los medios de comunicación para atacar, no solo a sus opositores, sino a quien cuestione sus actuaciones, incluyendo los miembros de la prensa. Muchos de estos insultos son a campo abierto. Otros son subliminales y, por tanto, quizás más lesivos a la psique de la gente en menoscabo la dignidad inviolable del ser humano.
Comencemos por los intercambios hostiles, irrespetuosos y hasta vulgares por una parte de los principales líderes del gobierno desde sus plataformas de Twitter y Facebook, en los que insultan sin ambages tanto a sus propios compañeros como a sus constituyentes, haciendo uso de sobrenombres y motes. La mofa y el ‘bullying’ por parte de funcionarios locales son una nueva forma de comunicar un mensaje no visto antes en el País. Esto no solo demuestra chabacanería por parte de los que la promueven, sino que dice mucho más del perfil de los provocadores, revelando que en la política, para ellos “todo se vale”.
Primero, tratemos de entender qué hay detrás de la persona que se burla de otros. La burla y el ‘bullying’, lejos de ser actos graciosos, se usan por la necesidad del hombre para ejercer y encubrir, a la vez, un acto de violencia. Es decir, el burlón y abusador es, en realidad, un ser violento que, por sus propias inseguridades, señala supuestas imperfecciones y sus propios prejuicios en la naturaleza humana de otros. Lo hace para ningunear, minimizar, aplastar y destruir, buscando sentir una superioridad que sabe no posee. La burla y el abuso dicen más de quien lo perpetra que de sus víctimas.
Existen otras formas de violencia. La violencia simbólica y la subliminal contienen mensajes escondidos detrás de asuntos aparentemente cotidianos, y su intención es naturalizar situaciones, como la falta de respeto hacia las mujeres y a otras personas que el agresor considera inferiores a sí.
Otra manifestación de violencia es el oportunismo político, que es la actitud de aprovechar las circunstancias para el interés propio. El oportunista político solo está dispuesto a defender su barricada, se siente poseedor único del poder y es capaz de traicionar sus propias —y supuestas— convicciones religiosas o ideológicas para alcanzar fines personales, sin importar las consecuencias al colectivo o hasta al grupo que representa.
Es imposible catalogar los careos e insultos provenientes de quienes más se espera en el País, únicamente como un desorden de su personalidad y carácter. Existe una gran carga de oportunismo político de su parte, que según muchos estudiosos del comportamiento humano podrían ser manifestaciones de otros desórdenes. Lo peligroso de este comportamiento es la normalización, a nivel público, de la violencia y el ejemplo que se proyecta a nuestras generaciones más jóvenes y vulnerables. Muchos, también, han llegado a pensar que hay otra estrategia todavía más viciosa detrás de tanto ruido, y es el uso de la estridencia para desviar la atención de lo pertinente, acallar la conciencia colectiva y maquillar el rostro del abuso y la impunidad política.
Ya el pueblo se volcó en repudio por la reciente publicación de un vídeo, por parte de la gobernadora, en el que recurre a la más vulgar manera de oportunismo político, al tratar de proyectar su vulnerada imagen al costo del dolor y la pérdida de nuestros hermanos del suroeste de la Isla. Esta es otra manifestación de violencia por la vía de lo subliminal a tal grado que, a esta hora, tanto su comité de campaña como el de La Fortaleza reniegan responsabilidad por la cinta —lo que habla del rechazo, desde ambos flancos, así como del pueblo desde la esquina donde lo arrinconan— por ser un acto censurable e insidioso. En noviembre, toca al pueblo cambiar esta película.