Jóvenes que ni pueden ni saben enamorarse
El amor, en ocasiones, se hace de rogar. Después de una infancia de aislamiento favorecida por los mandos a distancia y una primera juventud centrada en los estudios, muchos jóvenes, cada vez más, tienen auténtico pavor a las relaciones de pareja. Suspiran por un abrazo, pero son incapaces de abrir su corazón. Querrían compartir su tiempo, sus ilusiones y sus cambios de humor con otra persona, pero la sola idea de acercarse a ella y decirle 'hola, cómo te llamas' les derrumba. Las consultas de psiquiatría llevan varios años atendiendo a pacientes solitarios que luchan contra sí mismos por abrirse al mundo de los afectos, pero son incapaces. Sufren. Les puede la ansiedad.
«Muchas páginas web hablan de la filofobia, y la definen como el miedo al amor, pero eso es sólo una palabra que alguien se ha inventado y que internet se ha ocupado de hacer viral. Ni está descrito como trastorno, ni conozco a nadie que haya tratado a algún paciente así», relata el psiquiatra y escritor Jesús de la Gándara, jefe de servicio del Complejo Asistencial Universitario de Burgos. Su consulta, sin embargo, es testigo de una nueva realidad, cada vez más extendida, de jóvenes que se ven incapaces de amar. No porque rechacen la posibilidad de hacerlo, es algo mucho más sencillo que todo eso. Es, simplemente, que nadie les educó en el arte de la conversación y el galanteo. El compromiso amoroso, ni se lo plantean. Eso queda ya muchísimo más lejos.
Siempre la misma escena
No pueden con el amor. Sólo acercarse a una persona que les atrae para mantener una conversación les derrota. Su frecuencia cardiaca se acelera, sienten que les falta el aire, se ahogan, el pecho se les comprime y se apodera de ellos una sensación de pánico.Les tiemblan las piernas, y hay quienes llegan a sentir ganas de vomitar, mareos e incluso desmayos. Puede resultar cómico, pero en absoluto lo es. Se trata de una crisis de ansiedad en toda regla, que según cuenta Jesús de la Gándara, no siempre llega a superarse. Porque la situación, como al protagonista de la película 'El día de la marmota', se repite todas y cada una de las veces que deciden embarcarse en el viejo arte de la conquista.
La existencia de dificultades para iniciar y mantener una relación amorosa resulta más frecuente en las personas que han sufrido malos tratos o episodios de violencia doméstica. Las víctimas, en estos casos, tienden a aplazar toda posibilidad de conocer a alguien nuevo y se ven incapaces de establecer un vínculo. Tienen problemas no sólo para dar, sino también para recibir amor. «Pero incluso, en estos casos, es posible muchas veces superar el trauma y abrir las puertas a una nueva historia sentimental», asegura el psiquiatra cacereño.
Los nuevos solterones
Hasta los divorciados que han sufrido las separaciones traumáticas se ven predispuestos a comenzar de nuevo, convencidos de que un naufragio no implica el fin de la vida amorosa. La travesía continúa. 'Falló la relación y se perdieron el cariño y los afectos, pero no fracasó el amor, que siempre es posible', se dicen y siguen adelante. «El amor es una droga, que siempre deja huella», explica de manera gráfica Jesús De la Gándara. «El que la ha probado, el que ha vivido un vínculo amoroso desde la sinceridad, la buscará siempre. Tiene una explicación sencilla: no hay comportamiento ni sentimiento humano más potente que el amor».
La capacidad adictiva del sentimiento amoroso explicaría el interés de los adultos por recuperar la vida afectiva. Pero, cuál es la razón por la que personas jóvenes, por definición y una mera cuestión de edad soñadoras y sin malas experiencias previas se bloquean hasta el punto de que acaban rechazando la posibilidad de emparejarse. «Es más ansiedad que fobia», insiste de manera gráfica el psiquiatra de Burgos. Después de una primera juventud dedicada por entero a los estudios y la búsqueda de empleo, seguida posiblemente de una infancia carente de una adecuada educación sentimental, la ruptura de una forma de vivir más bien cómoda, sin sobresaltos, les desequilibra.
Algunos lo intentan y no pueden. Los besos, la conversación, los afectos, todo les agobia. «El tiempo pasa, cada vez les resulta más complicado enfrentarse al amor; y al final, como la zorra de la fábula de Samaniego, se resignan y dicen '¡Bah, las uvas están verdes!». Jesús de la Gándara les define como «los nuevos solterones' del siglo XXI».
Las cifras del amor |
99 días de media se pasan haciendo el amor a lo largo de una vida, en la que da tiempo para enamorarse, como mucho, hasta siete veces 12 calorías se queman, como mínimo con cada beso, que mueve hasta 36 músculos y acelera el ritmo cardiaco de 60 a 100 latidos por minuto |
Otro psiquiatra, el bilbaíno Jerónimo García San Cornelio, cita a un clásico, el psicoanalisa alemán Erich Fromm para recordar que «el amor es un acto de voluntad, que se aprende y se emprende». «En la Sima de los Huesos de Atapuerca –recuerda el experto– localizaron los restos de un niño con una malformación craneal que en vez de ser repudiado fue acompañado por la tribu hasta el final». Ambas explicaciones le llevan a una conclusión. «Muchos jóvenes sólo son egoístas, porque no se les ha enseñado a ser desprendidos o porque se les ha facilitado una vida excesivamente cómoda, sin negaciones ni límites de ningún tipo. Y amar, ¡claro!, no es fácil, porque amar es sinónimo de dar. Puro altruismo».
Las reglas de las tres eses
Este fenómeno, llamémosle de 'los nuevos solterones', es consecuencia, en buena medida de una sociedad que «se ha empeñado en llamar amor a lo que en realidad es solo sexo». El amor bien entendido, según describe García San Cornelio, pasa por tres etapas diferenciadas y requiere el cumplimiento de tres condic iones. Unas y otras tienen en común que «comienzan por la letra ese» y se resumen en una sola palabra: compromiso.
La relación comienza por el enamoramiento y el cortejo, un tiempo especialmente marcado por la 'sexualidad', donde consciente e inconscientemente se busca no sólo el placer físico, sino también el emocional, la protección y el amparo. Este tiempo abre la puerta a una segunda fase de 'sentimientos', que posibilita la expresión de las emociones. La pareja se compromete y camina hacia el periodo de su madurez, que es el de la 'seguridad'. Los amantes buscan ya protección, una vida de paz y tranquilidad, sin sobresaltos.
La realización con éxito de todo ese recorrido requiere por parte de los dos miembros de la pareja 'sinceridad', para el desarrollo de la confianza; 'sensualidad' para evitar caer en la rutina y 'sensatez' para la gestión razonable del hogar y las adversidades que surjan por el camino. «El compromiso supone un esfuerzo, que no todo el mundo está dispuesto a aceptar. Hay que saber sobreponerse y admitir que habrá una pérdida de libertad, que se verá compensada por otras muchas ventajas de la vida en común», razona Jerónimo García San Cornelio. Renuncia, según dice, no es un término incluido en el diccionario de muchos jóvenes. «Tienen trabajos mal pagados, pero prefieren viajar y vivir con una mascota, más que tener hijos», describe el especialista. Amar cuesta. Su aprendizaje a veces lleva una vida y otras ni siquiera es suficiente.
«Los besos nunca mienten»
«Los seres humanos sabemos mentir y engañar en casi todos los aspectos de la vida, pero no se puede besar y engañar al mismo tiempo». Lo dice el psiquiatra Jesús de la Gándara, autor entre otros libros de 'El planeta de los besos'. Puede acariciarse, abrazarse e incluso manener relaciones sexuales sin el más mínimo afecto y haciendo creer todo lo contrario, pero «los besos nunca mienten».
Los jóvenes de hoy –está claro que no todos, pero sí muchos– viven «demasiado estresados» como para pensar en besos y relaciones afectivas. A menudo, prefieren pagar por liberar sus impulsos y mantener relaciones sexuales, antes que exponerse al trago de intentar ganarse a una persona. «Están capitalizados desde el punto de vista laboral y lo emocional no sólo les quita mucho tiempo, sino que pone en peligro su estabilidad. Por eso lo van dejando, lo van dejando», hasta que llega el momento en que la relación les genera un temor «irracional, exagerado e incapacitante».
El psiquiatra Jerónimo García San Cornelio ahonda en esta idea. «A muchos jóvenes les falta aprender a dejar de ser egoístas;y eso supone aprender a ser feliz y a compartir con tu pareja». Sólo la madurez que se gana con los años, añade el experto, permite descubrir que «no existen parejas felices, sino dos personas felices, que deciden conformar una pareja». El mayor desafío de la vida, junto con la paternidad y la maternidad.
Hay jóvenes que quieren y no pueden. Pero cada vez más, simplemente, no quieren. «En esta sociedad de la competitividad y el ocio, –argumenta el especialista vasco– la vida se presenta como un culto al placer. ¡Carpe Diem! Disfruta hoy que el mañana está por venir. El amor ahí no encaja. El amor es otra cosa».