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Johnson y Trump durante la cumbre del G7 en Francia, el pasado 25 de agosto. Getty ImagesStefan Rousseau

La ardua senda británica entre heridas internas y la inferioridad ante las potencias

El mayor peso de EE UU, la UE y China junto con las divisiones territoriales y sociales internas dificultará el camino del Reino Unido tras el Brexit

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En medio del camino de la vida, Dante se encontró solo en una selva oscura poblada por bestias feroces. Como Dante en aquel momento, el Reino Unido afronta una senda áspera y peligrosa en solitario. A diferencia del poeta, no se “encontró” (mi ritrovai) en ella en esa condición: la eligió. Desnudado de las mil complejas cuestiones que lo acompañan, el Brexit, al final, se sustancia en un único gran dilema político: si no eres una superpotencia, ¿las vicisitudes del siglo XXI se afrontan mejor solo o integrado en un bloque de las características de la UE?

La historia dará la respuesta precisa, pero mientras tanto es posible aventurar algunas reflexiones. El Reino Unido es una potencia media. Es la sexta economía del mundo, según el FMI, el séptimo inversor global en defensa, según el SIPRI, y con sus 66 millones de habitantes tiene una veintena de países por delante en términos de población. Cuenta con activos extraordinarios, como servicios financieros y académicos mundialmente competitivos, con instituciones y Administración pública sólidas, prensa vibrante, el idioma universal.

Pero ello no cambia ni una coma el hecho de que, en la jungla de las relaciones internacionales —obviamente regidas por el criterio de la fuerza más que por ninguno otro—, el Reino Unido encara en situación de enorme desequilibrio los vínculos clave: con EE UU, con la UE y con China. El PIB británico es de 2,7 billones de dólares; el de EE UU, 21; el de la UE, 16; el de China, 14. Ello tiene consecuencias trascendentales.

Por ejemplo, Londres deposita mucha confianza en un nuevo tratado de libre comercio con EE UU. Sin duda lo logrará. Quien está más en condiciones de dictar los términos, tampoco queda duda. Si el Brexit fue el grito de ¡Inglaterra primero!, en Estados Unidos el América primero ruge bastante más fuerte. Toda la supuesta relación especial entre Londres y Washington siempre estuvo marcada por ese desequilibrio de peso. Más lo será al perder Londres el atractivo de ser longa manus de las ideas de la Casa Blanca en la UE. Si Donald Trump logra la reelección, la sintonía verbal entre liderazgos populistas no debería confundir acerca de la disposición a la magnanimidad.

La UE tampoco regalará nada. Este viernes, Ursula von der Leyen lo deslizó: “Queremos la mejor relación posible, pero nunca será tan buena como siendo socios”. El caso, además, es que Johnson apunta a ser más rival que socio, y la UE tiene músculos para devolver golpes fuertes. Su economía es seis veces mayor. Alrededor del 45% de las exportaciones británicas van al mercado común europeo (más del triple de lo que va a EE UU). Las exportaciones al Reino Unido, en cambio, son un 15% del total europeo. El Reino Unido podrá hacer competencia a la UE en ciertos sectores, pero la UE tiene múltiples herramientas para responder, incluidos serios obstáculos a la City o captar inversiones industriales desde la Gran Bretaña descolgada.

En cuanto a China, ninguna duda cabe de que el gigante asiático no se andará con formalismos en la afirmación de sus intereses en las relaciones bilaterales.

Por otra parte, el Reino Unido afronta la selva global con las gravísimas divisiones internas que esta decisión ha supuesto, tanto territoriales (Escocia e Irlanda del Norte en contra) como sociales (jóvenes y urbes en contra). La cuestión es si las desventajas de andar solo, herido y con menos músculo que otros en la selva global pueden ser compensadas por los activos de la independencia total. Sin duda hay países pequeños que prosperan en el mundo.

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La pregunta entonces es: ¿cuánto margen de maniobra restaba al Reino Unido su pertenencia a la UE? Londres no estaba en el euro, no estaba en Schengen, tenía amplia libertad en el sistema fiscal, negociaba pactos comerciales desde la fortaleza del mercado común. El único elemento fuera de su control y con entidad relevante era la cuestión migratoria. Eso sí cambiará. La llegada de europeos ya está en colapso (curiosamente compensada por el incremento de la llegada de extraeuropeos).

El Brexit ha sido la erupción de un malestar de la Inglaterra profunda, que hábilmente espoleada por ciertas élites optó por seguir la bandera identitaria como solución de sus problemas y elegir a la UE como chivo expiatorio. Las élites de la caza al zorro y los sectores desfavorecidos que cazaban un chivo subieron el puente levadizo y pusieron al Reino Unido solo y dividido en la selva oscura. Quizás, la solución de los problemas reales está en manos del Gobierno de su majestad igual ahora que antes. Pero este deberá afrontar otros añadidos que no eran necesarios, y no llegará ningún Virgilio ni Beatrice para ayudar.

La historia hará el balance.