¿Qué hacer con Reino Unido? Un paraíso fiscal o el mejor aliado de EEUU y China
El Brexit se consuma esta medianoche. Ahora toca saber qué va a pasar con el Reino Unido.Todas las opciones tienen riesgo, pero no hay duda de que todo será distinto.
by Carlos SánchezLos historiadores sitúan el origen de la ‘relación especial’ entre EEUU y Reino Unido en un discurso que ofreció Churchill en 1946 en Fulton, Misuri. El primer ministro británico era consciente de una realidad innegable. EEUU, en el nuevo orden bipolar, era la nueva superpotencia, si no lo era antes. Y de ahí que su país , la antigua metrópoli, necesitara acercarse a Washington (antes le había pedido armas para luchar contra Alemania) en lugar de hacerlo a una Europa devastada por la guerra, lo que explica su alegato: "Debemos trabajar juntos en las tareas comunes como amigos y socios", dijo el primer ministro británico.
El primer acercamiento se había producido unos años antes, cuando el propio Churchill y Roosevelt firmaron en 1941, “en algún lugar en el mar”, la Carta del Atlántico, que sin ser un Tratado de amistad propiamente dicho iba mucho más allá que una mera declaración de intenciones.
Aquella amistad se consolidaría durante décadas, aunque con algunos altibajos, como la crisis del canal de Suez, tanto con gobiernos conservadores como laboristas, lo que da idea de que se trataba de una relación estratégica que comenzó a quebrarse en 1973, cuando Reino Unido ingresó en la UE. Europa había dejado atrás la guerra y era en aquel momento un continente en auge que estaba, además, en pleno proceso de integración. Londres, sin perder de vista a su viejo aliado (reforzado durante los mandatos de Thatcher y Blair), había encontrado nuevos socios preferentes en el viejo continente.
Aunque es verdad que, como se ha dicho en repetidas ocasiones, Reino Unido siempre ha tenido un pie dentro y otro fuera de Europa, lo cierto es que los flujos económicos, sociales y, por supuesto, culturales no han dejado de crecer en los últimos 47 años. Varias generaciones de británicos sólo han vivido bajo el paraguas de la UE.
Presión fiscal
El Brexit, como se sabe, ha liquidado todo eso y Reino Unido busca hoy su lugar en el mundo.
Tiene varias alternativas y ninguna de ellas está exenta de riesgos: recuperar a EEUU como socio estratégico, convirtiéndose en una enorme plataforma en medio del Atlántico de los intereses estadounidenses; acercarse a China sin perder de vista a EEUU por razones defensivas y de seguridad nacional; mantener los lazos económicos y comerciales con la UE aunque ya no sea un país miembro, o, incluso, buscar su propia salida transformándose en un paraíso fiscal modelo Singapur que canalice la inversión extranjera gracias a una presión fiscal baja. Un asunto políticamente muy delicado porque esa estrategia pondría en apuros a Irlanda, que hoy cumple ese papel. Y la cuestión de la frontera norirlandesa no es un asunto cualquiera.
También puede optar por una mezcla de todo lo anterior o, simplemente, dejar las cosas como están y adecuarse en cada momento a las necesidades del guion, que van cambiando en un mundo inestable. A priori, de hecho, lo más favorable para Reino Unido es adherirse al Espacio Económico Europeo (EEE) o firmar con la UE acuerdos de libre comercio. El primer modelo, en línea con Noruega e Islandia o Suiza, le concede plena movilidad de bienes, de servicios y de personas, si bien el país perdería su capacidad actual de influir en las regulaciones de la UE, que serían de aplicación común y no se evitaría la existencia de una frontera física entre ambas áreas.
El segundo modelo sería funcionar mediante acuerdos de libre comercio con países como Canadá, Corea y Japón, lo que implicaría la supresión de aranceles, pero exigen el cumplimiento de las normas y los estándares de productos de la UE. En todo caso, como ha recordado el Banco de España, en ausencia de acuerdo, las relaciones comerciales con el Reino Unido quedarían sujetas a las reglas de la Organización Mundial del Comercio (OMC) bajo el régimen de “nación más favorecida”, que supone que cada miembro debe aplicar a cualquier otro miembro de la organización el arancel más favorable de los existentes en los países con los que mantiene acuerdos comerciales.
Acuerdo de retirada
Jugar con el tiempo, en todo caso, como lo ha hecho en los últimos años con el Brexit, va a ser en el corto plazo la opción más pragmática. Entre otras cosas, porque tras la ruptura hay que negociar con la UE un acuerdo de retirada que aborde cuestiones como la seguridad, la propiedad intelectual, la protección de datos o, incluso, el cumplimiento de los acuerdos de divorcio. La fecha límite para el régimen de visitas, el futuro acuerdo comercial, es, en principio, el 1 de enero de 2021, pero es improbable que se cumpla ese plazo. Entre otras razones, por algo tan elemental como son las elecciones de EEUU. No es lo mismo negociar con Trump si es reelegido que hacerlo con un presidente demócrata más favorable al multilateralismo.
Reino Unido, por el momento, ha dado varias señales. Algunas contradictorias. La más evidente es permitir (aunque con serias restricciones) que la china Huawai (vetada por Washington) despliegue sus redes de 5G, lo que es lo mismo que meter a la zorra en el gallinero tecnológico.
La señal que se quiere emitir es doble. Por un lado, Reino Unido, frente a las restricciones que están poniendo algunos países continentales, se abre a las inversiones chinas, aunque sean en una actividad tan sensible como el despliegue de las autopistas virtuales por las que circulará la economía mundial en las próximas décadas. Pero también porque la diplomacia británica quiere negociar un futuro acuerdo de cooperación con EEUU desde posiciones de fuerza, y de ahí la intención de Johnson de mantener el impuesto digital a Google y compañía, pese a las presiones de la Administración Trump.
Derrota estratégica
Ceder ahora a las presiones de los halcones de Washington vetando a Huawei sería lo mismo que negociar desde la debilidad, y por eso Boris Johnson ha jugado fuerte y encolerizado a buena parte de la clase política norteamericana, que ha llegado a decir que se trata de una “derrota estratégica” de EEUU.
La lección es evidente. Reino Unido tendrá manos libres, aunque con los límites que imponen las normas de reciprocidad comercial, para negociar con quien quiera, algo que ni la poderosa Alemania ni la correosa Francia, con una diplomacia volcada a los negocios, pueden hacer.
Merkel y Macron han visto en China un competidor, y por eso están tratando de poner trabas (por ahora en sectores de alta tecnología) para impedir el crecimiento de las empresas chinas en aras de defender a sus campeones nacionales.
París y Berlín se encuentran, sin embargo, con un problema que no es pequeño. Sus grandes corporaciones no solo tienen un mercado muy potente en China, ya sea en productos industriales (Alemania) o de lujo (Francia), sino que las empresas orientales juegan un papel clave en las cadenas de valor mundial, algo que explica que la propia Merkel haya encontrado en la CDU a muchos dirigentes contrarios a la imposición de restricciones, principalmente a los más cercanos a la industria del automóvil.
Y es que tener las manos libres en un mundo cambiante es un activo muy valioso Sobre todo si se tiene en cuenta que la economía británica es extraordinariamente flexible, que el Banco de Inglaterra podrá manipular los tipos de cambio a través de su propia política monetaria y que su crecimiento está basado en el valor añadido y en la información, que es la clave de la industria financiera, lo que evita el riesgo de deslocalizaciones industriales masivas.
No es de extrañar, por eso, que el eslogan de moda en los cenáculos de poder de Londres sea Global Britain como una forma de reivindicarse como el gran puente transatlántico capaz de estar cerca de la UE y de EEUU, con China como invitado ocasional. En una palabra, una vela a Dios y otra al diablo.
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