Jorge O. Moreno: De la economía: ¿normativa, positiva o moral?

La ciencia económica es una herramienta valiosa para responder desde una perspectiva humana y social.

by
https://elfinanciero.com.mx/uploads/2018/04/13/2ef3e50fd71523654889.jpeg
Jorge O. Moreno.Fuente: Cortesía

Soy economista, y he decidido ejercer mi profesión desde la academia, en parte para servir a la vocación de enseñar economía a nuevas generaciones. El porqué de esta decisión escapa muy probablemente al interés del lector de esta columna, pero lo resumo en tres elementos: mi pasión por aprender, mi curiosidad por entender preguntas interesantes, y mi firme convicción de que la ciencia económica es una herramienta valiosa para responderlas desde una perspectiva humana y social, todo esto mientras mi trabajo contribuye genuinamente al bienestar de mi país y sociedad.

El día de ayer jueves 30 de enero, el Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI) publicó la estimación oportuna del Producto Interno Bruto (PIB) de México, y los resultados muestran que esta variable se contrajo 0.1 por ciento en 2019, con base en cifras desestacionalizadas. Este resultado está en línea con lo esperado por la mayoría de especialistas y coincide con el pronóstico de Banco de México (Banxico) quien en noviembre del año pasado ajustó a la baja su previsión de crecimiento en esta variable y la colocó en un rango de entre -0.2 por ciento y 0.2 por ciento. Desglosado en su dimensión temporal, este resultado global corresponde a un crecimiento nulo en el primer trimestre, un avance de 0.1 por ciento en el segundo, una caída de 0.2 por ciento en el tercero, y una siguiente caída de 0.3 por ciento en el cuarto trimestre. Dos trimestres consecutivos en caída, siendo el factor más importante en motivar esta reducción la caída de la inversión productiva, que hasta el mes de octubre (último dato disponible) tuvo una caída promedio de 5.2 por ciento.

Cuando vemos los resultados anteriores, de la mano de otros temas en la agenda pública nacional que hemos abordado en esta columna en materia de educación, salud, seguridad y prioridades de política pública, no deja de alarmarnos que, invariablemente de la información oficial y disponible, el discurso desde el Gobierno Federal y en particular del ejecutivo, es de minimizar la importancia de estos resultados. En cambio, cada mañana y en cada espacio público disponible, somos testigos de una constante arenga que pretende resaltar que todo lo anterior es un “costo mínimo”, transitorio, e incluso orquestado por fuerzas obscuras a quienes hay que combatir, cuando es comparado con los enormes beneficios sociales que existen por el cambio en el paradigma económico que rige a nuestro país y que sustituye “el modelo neoliberal” del pasado, causante de todo lo malo que sucede, y sigue ocurriendo, en nuestro país. Este nuevo paradigma alternativo, también desde el discurso, se basa en la honestidad, la falta de corrupción, y la rectitud de intención de los ciudadanos y funcionarios públicos, quienes dan sustento a una nueva economía, que el mismo presidente López Obrador ha denominado recientemente “economía moral”.

Por lo anterior, ¿a qué tipo de “ciencia económica” hace referencia el presidente en su discurso? Quisiera aventurar una respuesta, esperando encontrar sentido en su optimismo, pero poniendo en claro la distinción que encuentro entre sus argumentos, y lo que pienso, debemos puntualizar como economistas, en particular desde la academia. Para este fin quisiera distinguir entre los dos tipos de ciencia económicas que tradicionalmente estudiamos desde el aula, y la tercera vía que AMLO nos presenta cada mañana.

Partamos de la definición más fundamental de la economía como aquella ciencia social que estudia cómo los individuos y las sociedades, dadas sus prioridades y múltiples necesidades, deciden administrar sus recursos escasos para asignarlos entre los diferentes fines alternativos de producción y consumo, así como las consecuencias de corto y largo plazo de estas decisiones en términos de la creación y la distribución del ingreso y la riqueza, todo esto, bajo distintos entornos institucionales siendo el más importante la economía de mercado. Ésta es la versión que busco como referencia al practicar mi oficio y enseñar mi profesión a nuevas generaciones. Es la definición más general a la que he llegado de ejercer mi carrera, y que es el primer párrafo en cualquier temario de un curso que enseño.

Tradicionalmente, y de acuerdo a los estándares clásicos de la enseñanza, se busca diferenciar dos tipos de economía: la economía positiva y la economía normativa. De acuerdo al artículo clásico de Milton Friedman (1953), mientras que la economía positiva busca describir la realidad como es, usando un criterio libre de ideologías, la economía normativa busca establecer normas y calificar la economía en términos relativos a cómo esta debería de ser. Si bien, muchos críticos a este enfoque, como D.N. McCloskey (1985) y R. Nelson (2002), han mostrado que es imposible tener una ciencia económica pura y libre de valores, ha sido el uso de una economía basada en algunos pocos postulados fundamentales de preferencias y tecnología, la ciencia que aún hoy sigue enseñándose en los salones de clase, buscando explicar la realidad en lugar de juzgarla por cómo se debería de ser.

De esta forma, ¿a qué se refiere el presidente cuando habla de una “economía moral”? Es mi parecer que AMLO define una economía moral en términos de lo que a su parecer debería funcionar, cómo debería funcionar, cuanto debería funcionar, y porqué debería funcionar. En otras palabras, es una economía que funciona basada en su constructo personal de valores sociales que deben imperar en una sociedad justa y moral.

En este caso, la crítica que tengo a esta visión no se basa en las intenciones mismas de pretender buscar el bienestar máximo de los ciudadanos de nuestro país, sino que, en el intento de desarrollar políticas públicas basadas en la visión particular de un sistema económico, se están ignorando elementos tan fundamentales de la ciencia económica básica como la consideración de los incentivos privados y personales de cada persona, mismos que en muchos casos se contraponen al objetivo de política pública. Lo que, es más, en esta búsqueda de implementar como política pública una visión unificada de “cómo debe ser la economía”, se han destruido instituciones sociales ejemplares que ya estaban funcionando y que garantizaban elementos fundamentales como la búsqueda de una provisión de educación de calidad o el acceso a un servicio integral de salud básica, pretendiendo que el ajuste a este nuevo paradigma será no solo es inminente, sino que es automático y sin costos de ajuste de por medio.

Estoy convencido de que alrededor del equipo técnico del presidente existen economistas brillantes con un conocimiento profundo de los incentivos económicos, y que seguramente hacen su mejor esfuerzo por cada día conciliar lo que “es” de lo que “debe ser” en la visión del presidente. No obstante, es necesario puntualizar que, mientras nuestro sistema educativo, de salud, y de seguridad están colapsando, la inversión privada y pública siguen en caída libre, y la producción agregada muestra falta de dinamismo y contracciones a la par de que nuestro principal socio comercial crece, la realidad no calza a la visión presidencial y la falta de políticas claras en materia de capital humano están cobrado vidas humanas; es momento de recordarles a todos ellos que, como mencionó otro gran economista crítico de status-quo imperante a principio del siglo XX con referencia el tiempo de ajuste para que los problemas se solucionen, “este largo plazo es una guía engañosa para solucionar nuestros problemas actuales. En el largo plazo, todos estamos muertos”.

El autor es Doctor en Economía por la Universidad de Chicago. Es Profesor-Investigador de la Facultad de Economía de la UANL.

Esta es una columna de opinión. Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad únicamente de quien la firma y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.