Gracias eternas River por el 9-12, pero por favor: nunca más

Se cumple un año de la final más importante del fútbol argentino. Y de la alegría más grande de la historia de los hinchas de River. Hoy, nos acordamos de lo que pasó después pero vale recordar lo que vivimos antes.

by
https://cdnmd.lavoz.com.ar/sites/default/files/styles/width_1072/public/nota_periodistica/river_1575916997.jpg
2018. Gallardo con la Copa Libertadores, el logro máximo de River en su historia. (AP)
https://cdnmd.lavoz.com.ar/sites/default/files/styles/width_1072/public/nota_periodistica/river1_1575917035.jpg
2018. Un hincha de Boca sufre por el partido contra River en la Libertadores. (AP)

Recuerdo estar al sol, en medio del entretiempo. Pensaba solo en una cosa: cómo se podría seguir siendo hincha si perdíamos la final. Boca ganaba 1 a 0 en Madrid y nada hacía prever que eso fuera a cambiar.

El primer tiempo había sido una tortura mental. Los jugadores de River no lograban conectarse, los pases no llegaban a tres consecutivos y en el peor momento, Darío Benedetto había metido un golazo.

Era demasiado. El inicio de un epílogo que parecía dirigirse hacia la desgracia total. Horas y horas de evitar el pensamiento negativo que, finalmente, se presentaba con nombre y apellido.

En aquel entretiempo busqué alguna manera de darme esperanzas. Fue entonces que me aferré a la frase de Marcelo Gallardo en la previa de la semifinal en Brasil. "Que la gente crea", había dicho.

Y me propuse creer. Temblando de miedo, pero aferrado a esa potestad del DT de River, capaz de abrir las aguas del mar más tenebroso con sus palabras.

La verdad es que regresé desesperado y me senté otra vez frente al televisor. Los nervios estaban matándome hacía rato. No ahí, sino desde el momento en el que se definió que River y Boca jugarían la final de la Copa Libertadores 2018.

Nunca la pasé tan mal como en aquellos días previos. La idea de una derrota hacía imposible entusiasmarse con los dos partidos. Aunque sabía que River llegaba en el momento justo, el fútbol suele ser impredecible y además enfrente estaba Boca.

No solo la previa. También todo lo que ocurrió hasta que llegó el gol del "Pity" Martínez fue una tortura. Una tortura que había empezado cuando el propio "Pity" Martínez metió el penal contra Gremio, un mes antes.

No pude disfrutar nada. Ni los programas especiales, ni los artículos en revistas, diarios y web; nada. No quería saber de la final. Quería que terminara y que ganara River.

https://cdnmd.lavoz.com.ar/sites/default/files/styles/landscape_1020_560/public/nota_periodistica/river1_1575917035.jpg
2018. Un hincha de Boca sufre por el partido contra River en la Libertadores. (AP)

La gloria

Para qué recordar el primer partido y el primer gol. La cara de Franco Armani, que yo interpreté al borde del llanto, casi me hizo llorar a mí. Vi sus ojos y vi el horror. Sentí que el arquero de River venía del futuro y había sido testigo de lo que nos esperaba.

Pero entonces sucedió lo del "Oso" Pratto. Aquel gol después de sacar del medio. Inentendible. Increíble. Lo diría luego Gallardo: cuando pasa eso, entendés que hay algo preparado en el Universo. Eso no ocurre porque sí. Era la señal del más allá.

Sufrí el partido, claro que sí. Y llegué a la taquicardia (creo no estar exagerando) en el mano a mano Benedetto-Armani final.

El empate era un gran negocio, pero había que jugar en el Monumental... Y podría darse que Boca ganara en nuestra cancha. Que diera la vuelta olímpica ahí mismo.

No sucedió.

Bueno, ustedes conocen la historia. La pedrada contra el colectivo de Boca, la suspensión, la ida a Madrid y el cambio de planes.

Todo aquello dolía en el cuerpo. Un desquicio insoportable ante un partido de fútbol inimaginable.

Hoy puedo decirlo: haber ganado la final de Madrid nos regaló la alegría más grande de la historia del fútbol. Jamás habrá sensación igual y nada podrá cambiarlo. Ni un campeonato del mundo con la selección, ni otra Copa Libertadores, ni nada más. Aquello es incomparable, insuperable.

Las gracias serán eternas y las sensaciones quedaron marcadas a fuego en nuestros corazones. Podremos contarles a nuestros nietos que fuimos parte de esa maravilla.

Pero por favor: que nunca más se repita. Sería incapaz de soportar otra vez tanta previa angustiante, tanto minuto de juego tenso, apretando las manos, rogando no perder, temiendo la derrota histórica de la que nunca hubiéramos podido recuperarnos.