https://ep01.epimg.net/elpais/imagenes/2019/12/09/opinion/1575913954_042880_1575914207_noticia_normal.jpg
El director general de la OMC, Roberto Azevedo. REUTERSDENIS BALIBOUSE

Europa y la OMC

Estados Unidos fuerza el fin del Comité de Apelación y genera inseguridad

by

En las próximas horas, si no ocurre un milagro, la Organización Mundial del Comercio (OMC) quedará desprovista de uno de sus principales instrumentos para regular el comercio global, el Comité de Apelación u organismo que dirime los litigios entre sus socios. El presidente norteamericano, Donald Trump, lo ha ido socavando sistemáticamente, mediante el veto al nombramiento de nuevos árbitros una vez que los miembros del comité iban acabando su mandato. Llegan ahora a ese término dos de los tres jueces existentes. Y como los paneles deben estar compuestos justo por tres miembros, no es que desaparezca jurídicamente el organismo, es que de facto no puede funcionar.

Este revés echa por los suelos los extraordinarios esfuerzos que costó la conversión del antiguo GATT en una mucho más operativa OMC, por cuanto empezó a ser capaz de sancionar a los incumplidores de sus normas. Y con ello se dinamita una de las instituciones básicas para el mantenimiento —y en su caso profundización— de la civilización liberal multilateral. Al carecer de fuerza operativa por amputación de su brazo arbitral, es la institución entera la que sufre en sus potencialidades, su capacidad de actuación y su operatividad.

Los efectos concretos sobre el tráfico mercantil global se prevén funestos. El comercio y las inversiones tenderán a retraerse, a causa de la inseguridad jurídica sobre su desarrollo para todas las empresas. Y con ello, la creación de riqueza, algo grave para todos y especialmente preocupante en los países más atrasados. No en vano los grandes avances registrados en la lucha contra la pobreza en el mundo se vinculan a la creciente prosperidad económica de China desde que se integró en la OMC a principios de este siglo, lo que ha retraído de la pobreza a centenares de millones de personas en ese y otros países en vías de desarrollo.

El desorden, la incertidumbre y la inseguridad en ciernes no se justifican por ninguna de las debilidades y limitaciones que sin duda acompañan al organismo. Y resulta además contradictorio que lo socave el país que más abrumadoramente favorecido resulta en los dictámenes en favor de sus empresas: Estados Unidos. Para la correcta gobernanza mundial se necesitará en todo caso una mejor y más poderosa OMC, no una versión desleída y capitidisminuida de la misma.

Por todo esto se revela especialmente valiosa la estrategia que la Unión Europea ha venido siguiendo al respecto en estos últimos años. Por un lado, ha multiplicado la negociación y firma de tratados bilaterales con distintos países, entre los que sobresalen los logrados con Corea del Sur, Canadá, Japón y Mercosur: todos ellos despliegan ambiciones superiores a las propias de las reglas mínimas de la OMC, sin contradecirlas. Así, los europeos logran aislar parte de su comercio exterior de los daños producidos por el boicoteo a la OMC. Y en algunos casos está replicando su misma estructura a nivel bilateral.

Por otro lado, ha lanzado un rosario de propuestas para mejorar la eficacia, aumentar la agilidad, multiplicar la transparencia y limitar los defectos burocráticos del Comité de Apelación, en sintonía con preocupaciones compartidas por agentes económicos europeos y de otros países, como EE UU. Todo esto no basta. Pero sí es una línea en la que seguir profundizando, a la espera de que Washington recapacite algún día y dé marcha atrás.