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Golfus de Badalona
Un espléndido y nuevo yacimiento extramuros agiganta el pasado romano de Baetulo y la dibuja cada vez más como la vital Roma de Richard Lester
by Carles ColsEs una frase recurrente en el campo de la astronomía, la paleontología y la arqueología. Aparece una estrella de extraño tintinear, un diente molar inesperado o un ánfora donde no debería estar y, a continuación se afirma que eso obliga a reconsiderar gran parte de lo sentado como cátedra hasta entonces. Pues a veces es así. Qué decir, si no, del último sorpresón que ha emergido del pasado romano de Badalona gracias a una promoción inmobiliaria. Ha aparecido un fragmento de la Vía Augusta, poca broma, un taller metalúrgico, con su horno incluido, también un edificio coronado con una exedra (el antecedente del ábside cristiano) de época tan tardía (siglo IV) que habrá que repensar la fecha real de la decadencia de la ciudad. La lista sigue con un ‘ustrinum’, vamos, un recinto de incineración funeraria del siglo I a. de C. donde donde no se han encontrado urnas con cenizas, pero sí un anillo de oro con el que algún prohombre se quiso ir al otro mundo y, justo al otro lado de ese tramo de la Vía Augusta, un mausoleo funerario con una quincena de restos humanos, la mitad de ellos niños. De ese conjunto destaca una tumba con tres esqueletos, probablemente una familia. El esqueleto de un hombre rodea con el húmero, el radio y el cúbito izquierdos los omóplatos de una mujer. Entre ambos yacen los restos de una criatura de unos cinco años. No hay duda de que allí se lloró desconsoladamente.
De Badalona era ya incuestionable que fue una próspera ciudad romana, tal vital como la capital del imperio que Richard Lester fidedignamente retrató en 'Golfus de Roma', que no hay arqueólogo o historiador que no aplauda como referencia. La visita al Museu de Badalona nunca decepciona y, a la par, da fe de que hace más de 2.000 años vivían dentro del recinto amurallado de Baetulo familias muy acomodadas. La Casa dels Dofins, conocida así por los delfines que decoran los mosaicos del patio principal de la finca (también hay un par del pulpos, pero nadie se acuerda de ellos), es toda una mansión y un ejemplo de cómo la producción de vino, aunque fuera de baja calidad, según Marcial, destinado a la soldadesca que guerreaba en Germania, hizo que algunos terratenientes locales amasaran grandes fortunas. Lo nuevo ahora, lo sorprendente que revela este nuevo yacimiento, es que la ciudad extramuros, la Baetulo suburbial que creció hacia poniente más allá de las murallas, no era un simple camino empedrado, sino un paisaje de variados edificios y usos. A aquel ‘ustrinum’ situado junto a la Vía Augusta no iba cualquiera. Eso se deduce, y es muy obvio, de ese anillo de oro con el que un difunto se hizo incinerar, algo inimaginable hoy en día. Aunque algo deformado por el calor, conserva gran parte de su belleza original, pero no la piedra preciosa o el engarce que lucía en su parte exterior. Qué lástima.
El yacimiento está situado entre la plaza del Alcalde Xifré y la calle de Sant Ramon, justo en el extremo occidental de la plaza de Pompeu Fabra. La visión del conjunto impresiona. Allí se levantaban hasta hace bien poco las llamadas Cases Verdes de Badalona, el primer proyecto de viviendas públicas de Badalona durante los años de la Segunda República. Eran un conjunto de 16 viviendas que, poco o mucho, fueron la punta de lanza del racionalismo arquitectónico en la ciudad. El paso del tiempo fue cruel con ellas. La empresa que las demolió con el propósito de impulsar una nueva promoción inmobiliaria realizó las correspondientes catas arqueológicas antes de comenzar a trabajar sobre el terreno. Solo la última indicó que algo había allí abajo, a casi cinco metros de profundidad. Se esperaban poca cosa. Lo descubierto obligará a rehacer parte del proyecto. Una porción de unos 160 metros cuadrados se musealizará para que sea visitable. En Badalona, la sensibilidad por el pasado romano es de agradecer. Está muy encima de la que mostró Barcelona cuando, por ejemplo, descubrió Villa Sagrera y, en un primer pronto muy bochornante, se menospreció porque parecía un estorbo para las obras del AVE en curso.
“Ahora tenemos más claro que la ciudad desbordó las murallas”, explica la arqueóloga Clara Forn. Lo dice allí, de pie, sobre la calzada de la Vía Augusta o, como mínimo, de la porción de esta ruta que, chinochano, llegaba hasta Gades (Cádiz) y que tal vez se desviaba a la altura del Besòs en un camino secundario para acceder a Baetulo por una de sus puertas. Llevaba el nombre de Augusto, aunque su existencia era previa. El ‘divino’ se limitó a mejorarla sobremanera y, ya puestos, bautizarla con su nombre. Es más que probable que por ahí mismo donde Forn estaba cuando este lunes repasaba el conjunto arqueológico pasara en su día el propio Augusto con destino a Tarraco, esa sí, gran ciudad y capital de la provincia, donde parece que residió un par de años para dirigir la campaña contra los cántabros y disfrutar del estupendo clima del lugar.
La Vía Augusta fue una de las infraestructuras más imperecederas de todas las que los romanos impulsaron en la península ibérica. Hasta los años 20 del siglo XX, parte de la carretera -340 era literalmente la calzada de la Vía Augusta, hasta que por fin, durante la dictadura de Primo de Rivera, se asfaltó. Era el camino más lógico y natural para recorrer la costa mediterránea de norte a sur. Por decirlo fácil, sería el camino que elegiría un burro para hacer tal viaje, una especie que en cuestiones de ingeniería de puentes y caminos tiene más de un máster, aunque no lo parezca. Las porciones aún visibles son escasas. La AP-7 sigue el trazado de la Via Augusta sin grandes vaivenes. En Barcelona se puede saborear una minúscula parte de una de sus variantes en el subsuelo del mercado de Sant Antoni. En Badalona, el fragmento recién hallado será sin duda la mejor muestra disponible de tal tesoro de la antigüedad.
Las referencias escritas sobre la Vía Augusta son abundantes. Entre las más célebres destaca el llamado Itinerario Antonino, una suerte de guía Michelin de la época, muy útil porque con notable precisión situaba las distintas villas del camino, un golpe de fortuna para los arqueólogos de hoy en día salvo por un detalle importante, que la orografía del terreno se ha alterado profundamente a lo largo de los siglos, con lo cual es fácil cavar donde no hay nada.
Badalona es un ejemplo. La línea de mar estuvo en tiempos de Baetulo a la altura de la calle de Francesc Layret, hoy en día a seis calles del paseo marítimo. Parece que los temporales de levante del siglo II fueron morrocotudos. Se comieron la primera línea de costa y mucho más. Más adelante, la tierra le ganó el pulso al mar. Aquello debieron ser unas marismas ideales para la cría del mosquito. El nivel del terreno era también otro. La ciudad romana quedó lentamente sepultada por las avenidas de agua de las rieras de la zona. Eso fue exactamente lo que sucedió con el yacimiento romano mostrado en público este lunes. Los edificios están a casi cinco metros de profundidad. Si alguna vez hubo urnas funerarias en la sala de incineración, probablemente terminaron trituradas y arrastradas por el agua de la lluvia. Los muros corrieron mejor suerte. Eran sólidos. Y en ese aspecto destacan los del edificio más tardío, construido cuando se supone que Badalona había perdido ya todo empuje, a partir del siglo IV en adelante. De él solo se asoma en el yacimiento una porción. Es, tal vez, la más interesante. La exedra se perfila perfectamente sobre el terreno. Ante una mirada profana, podría confundirse equivocadamente con el ábside de una pequeña iglesia. No lo es. Es, sin duda, un edificio noble, con algún propósito representativo. Sobre él, a falta de un mayor estudio por parte de los arqueólogos, solo se puede especular. El resto de la planta del edificio permanece oculta bajo la calzada de la calle de Coll i Pujol. Quizá algún día, en el futuro, se revelen nuevos secretos sobre esa construcción.