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Arelis Uribe, en octubre de 2019, en Madrid.Kike Para

“La libertad es un ejercicio diario, y es político”

'Quiltras', de Arelis Uribe, son ocho cuentos que hablan, a través de personajes femeninos, de la universalidad del temor y el amor y de la necesidad de un cambio político y social

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Cuando las paredes de su cuarta eran blancas, Arelis Uribe escribió su primer relato. No recuerda si tenía siete u ocho años, lo que sí recuerda es el nombre: La Chinita, sobre un grupo de insectos que se perdía en el bosque. Lo recuerda "muy Disney, muy cursi". Pero también escribió sobre por qué las cebollas hacen llorar a los humanos. Las cebollas, quizás, arreglaron un poco lo de los bichos. Uribe tiene 32 años, nació en Santiago de Chile y sobrevivió a un cáncer siendo niña y desde entonces tiene contraindicada la aspirina. Lo cuenta ella. También tiene alergia, pero espiritual, a los paneles de conferencias y congresos formados solo por hombres.

Por eso, en parte, acabó escribiendo Quiltras. Fue en 2016. Ahora lo ha editado Tránsito en España. Y por eso, en parte, acabó visitando España el pasado octubre. Fue entonces cuando recordó que el blanco de aquellas paredes de infancia pasó después al verde limón, cuando ya había cumplido los 16; y cuando contó que en sus listas de Spotify hay batiburrillo: el folclore de Violeta Parra e Isabel Parra, el pop chileno de Javiera Mena y Planeta No, el anglosajón de Belle and Sebastian, Nina Simone y The Ronettes... Y mucho reguetón. ¿Por qué no? Ahí están Ms Nina, Tomasa del Real y Bad Bunny.

Se puede bailar Callaíta y que duela un país y haber estudiado filosofía y desbordar política. Se puede. Con todo eso escribió Uribe la trenza de heridas y vidas que es Quiltras. En Chile, una quiltra es una perra callejera, de esas que con más miedo o menos miedo sobreviven a los días, al hambre, a alguna pedrada, al calor o a las autopistas. Como las niñas y las chicas de Ciudad desconocida, Bestias, Italia, Rockerito83@yahoo.es, Bienvenida a San Bernardo, El kiosco, 29 de febrero y Quiltras, los relatos que componen el libro, las historias de los lugares por los que no pasamos, las vidas que no vemos. Y también como Uribe, que dice que un día cualquiera, cuando se levanta, hay una cosa a la que teme: "A perder el amor". Y otra a la que ya no: equivocarse. "Antes me daba terror el error, ahora —a veces, no siempre lo logro— entiendo que para que las cosas salgan bien también deben salir mal".

Cuenta que lo ha pensado mucho desde que se marchó a estudiar a Nueva York. "No soy bilingüe, estoy mejorando mi inglés acá y sé que para hablarlo fluido algún día, primero tengo que hablarlo tropezado. Lo mismo con el nado. En la universidad hay una piscina maravillosa y he practicado el crol, que lo aprendí ya vieja, en clases en la universidad donde estudié periodismo. Como tener piscina es un lujo nunca pude practicarlo bien. Y ahora sí", dice. Cada vez que practica le sale mejor, menos ansiosa, más relajada, lo disfruta más. Pero para llegar allí, resume, primero tuvo que "chapotear feo, tragar agua, nadar mal".

El humano es sujeto y objeto, violenta y es violentado

Algo parecido es lo que hacen todas las mujeres del libro. También todas están atravesadas por esa palabra que salpica las páginas y a la que la autora vuelve una y otra vez de distintas formas: el miedo. Estas chicas que curiosean, que se retuercen y se rebelan, abandonan, empujan; esas que viven en barrios olvidados, que patean caminos de tierra, que tienen hijos que no esperan y esperan cosas que no llegan, cargan con él: el miedo de vuelta a casa por zonas sin alumbrado, el miedo al día, a la vida, por las mañanas, el miedo virtual, el físico, el miedo triste y el miedo que alerta. La incertidumbre, que también es miedo.

El miedo. La violencia.

Uribe se extiende, dice que el humano es sujeto y objeto, violenta y es violentado: "El miedo, sin duda, el miedo al macho y al machismo es algo real. Miedo a sacar la voz, a no tener plata, a que te griten asquerosidades en la calle, a reencontrarte con tu abusador, a que te violen, al padre agresivo o complaciente. Hay mucho miedo, pero, como dice una canción que me gusta mucho, el valor viene del mismo lugar que el miedo".

Recuerda entonces un cartel que alguna vez leyó: nos quitaron tanto que también nos quitaron el miedo. "Creo que las pasiones son ambivalentes y contradictorias. Son momentos. Y hay momentos de miedo pero también de valentía", explica. Y le ocurre lo mismo con la decepción: "Duele la intensidad del daño, cuando la herida está nueva, pero luego pasa el tiempo y ese sentimiento se transforma en otras cosas. La rabia es un motor poderoso de creación. Es capaz de dar vuelta las expectativas y abrir puertas para descubrimientos. Es paradójico, pero las cosas se equilibran en su opuesto". Y de ahí nacen las reivindicaciones, por carencia o por exceso. "Si hay feminismo es porque existe patriarcado. Porque hay desigualdad y daño es que ejercitamos la justicia".

La historia, patriarcal, ha dejado constancia de esa desigualdad a través del vacío: la vida ha sido contada por hombres, con hombres como protagonistas y con hombres como receptores de esa historia. ¿Y si las mujeres hubiesen entrado en ese juego de conformar el relato del mundo? A Uribe no le gusta el binarismo, pero cree que "una hegemonía feminista evidentemente sería diferente a nuestro actual mundo patriarcal". Para cómo se vería ese panorama no tiene respuesta ni quiere arriesgarse a darla, pero sí sabe qué no ha habría: "No más femicidios, no más mansplaining, no más esclavitud moderna de mujeres que trabajan desde casa sin remuneración ni jubilación, no más paneles de hombres. No más todas esas heridas hirientes". En cualquier caso dice "uy", dice "no sé", dice que "es una utopía pensar el mundo así".

La política es la administración de nuestras pasiones

A Uribe la impregna la filosofía política de la que se ha atiborrado a lo largo de los años. Piensa y lo dice: todo es política. "La política es la administración de nuestras pasiones, nuestros vínculos. A nivel íntimo y a nivel colectivo. La libertad es un ejercicio diario, y es político". Explica que ha escrito columnas de opinión con tesis feministas cuyo discurso es político, rememora la organización feminista en la que participó en Chile, a través de la que pelearon convertir el acoso sexual en un problema político. Ganaron: "Con esa organización llevamos una herida del machismo al Congreso y la convertimos en ley y en tópico de conversación nacional".

La literatura no escapa. Ahí, Uribe también se siente política. Sus relatos contienen un montón de réplicas, de choques de frente con la tradición. Ella, explica, quería escribir un libro cuyo título estuviera en femenino y en plural en un mundo donde el español pluraliza en masculino e invisibiliza lo femenino. Lo llama "un libro con voces desde los bordes, donde el sexo y la clase fueran fundamentales". Y ambas implican convivencia, interacción, estructuras. Uribe tiene sus demonios y aclara que su propio discurso no la exorciza: "Supongo que del resto será el trabajo de juzgar mis oscuridades y mis errores". Mientras, vive y convive con una idea muy clara, que lo más universal es el amor, el vínculo. "La imposibilidad de vivir sin otras personas y a la vez la cárcel que implican nuestras pasiones y los sentimientos que generamos mutuamente".

El miedo y la violencia. El miedo y la política. El miedo y el amor.