‘Venecos: go home’
by Mario Fernando PradoMe llamó la atención una pancarta que salió de la ventana trasera de una cuatro por cuatro en un semáforo de Ciudad Jardín. Y lo más curioso es que la portaba una señora con cara de abuela regañona que además le lanzó improperios a una familia venezolana, que estaba pidiendo una limosnita por el amor de Dios.
El espectáculo no pudo ser más patético y habla por sí solo de las contradicciones y paradojas que vivimos: por un lado unas gentes muertas del hambre y por otro una desalmada señora empuñando un cartel y enrostrándoselo en las narices desde el mullido sofá con aire acondicionado de un provocador vehículo conducido por un desafiante escolta, amparados en el polarizado del anonimato.
Se me revolvió la sangre al ver semejante humillación. Está bien que no les diera una miserable moneda y siguiera su camino ignorando la explosiva realidad por la que se paseaba, pero agredir de esa manera a esos seres humanos, fue una bellaquería.
Así que tomé la placa de la berlina, averigüé quien era su dueño y ¡cáspita! pertenece a un NN del norte del Valle cuyo chofer llevaba a su esposa y a su suegra a comprar en Jardín Plaza una parte de sus regalos de Navidad.
Y hasta allí llegó mi investigación sherlockholmesca, más no mi inquietud por el espectáculo que me tocó presenciar.
Si bien es cierto que estamos invadidos por hordas de venezolanos que no cesan de llegar -se dice que hay más de 270.000 venecos deambulando por nuestras calles lo que constituye un 13% de nuestra población- no es para que existan este tipo de reacciones que como el caso de marras, fue premeditada y creo yo, repetitiva.
Conozco muchos venezolanos que han venido a nuestra ciudad en busca de un trabajo digno que, siendo ingenieros de sistemas o enfermeras están ‘mesereando’ o cuidando fincas de manera honrada, así algunos de sus patronos no les paguen el salario justo.
Pero también, y hay que decirlo, se sabe de venecos descamisados que están dedicados al microtráfico y a la delincuencia y muchos de ellos son manifestantes a los que también me dicen les pagan por tirar piedras y destrozar lo que encuentran a su paso, recibiendo además el premio que les deja el saqueo y la vandalización.
Me contó un taxista que en el barrio donde vive hay una casa en la que se hacinan medio centenar de venezolanos que se dedican al limosneo y se prestan entre ellos los hijitos para reforzar su pedigüeñez y que en los días de paro cambiaron su actividad por salir a marchar. “¿No se dio cuenta que en esos días no había ni un veneco pidiendo en las calles?”, me preguntó.
Lo cierto es que estamos frente a una nueva bomba de tiempo y a una nueva fuerza que ha patasarribiado nuestra economía y el orden social. De nuevo están invadidas las zonas verdes de la ciudad y ya hay batallas por la pertenencia de estratégicos cruces viales de los que han desplazado los tradicionales ‘mendigos’ colombianos.
‘Venecos go home’… ¿Y a dónde p… se van a ir si no tienen patria y menos home?