’Herencias suburbanas’, por Jorge Sánchez Herrera

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Uno de los primeros recuerdos que tengo es el de mi mamá recogiéndome del nido y llevándome al BarBQ del Óvalo Gutiérrez. Seguro me llevaba cuando presentía un inminente berrinche. Ahora que tengo una hija de tres años entiendo que cuando un niño quiere un helado, no hay más opción que ir por el bendito helado.

El BarBQ compartía menú y tipología arquitectónica con otros restaurantes que también recuerdo de los ochenta, como el cercano Oscar´s (Av. Angamos), el ¡Oh qué bueno! (Av. República de Panamá) y los Tip Top. La mayoría eran copias del típico restaurante de suburbio gringo: hamburguesas, hot dogs, papas fritas y helados se servían dentro de un colorido y transparente pabellón que contenía la zona de mesas, los servicios y una barra. Junto al pabellón había una gran playa de estacionamiento donde también podías consumir dentro de tu auto, luego de que el mozo colgara una mágica bandeja de la ventana entreabierta, lista para recibir tu pedido.

La mayoría de estos restaurantes comenzaron a desaparecer con la llegada de nuevas propuestas de comida y servicios, pero también porque en una ciudad que se densificaba resultaba cada vez menos eficiente tener un lote dedicado, en su mayoría, a estacionar autos. Sin embargo, en nuestras ciudades aun podemos ver algunas tipologías arquitectónicas de servicios que son claras herencias de suburbios de comienzos del siglo XX.

Pocos ejemplos son más gráficos de estos casos que los grifos. En Lima es común ver grandes terrenos –en zonas muy densificadas– dedicados a estaciones de servicio. Resulta llamativo que cuando los grandes operadores remodelan sus grifos piensen solo en nuevos diseños para sus techos o sus tiendas, pero esencialmente sigan manteniendo la misma tipología suburbana.

Aquellos que han tenido oportunidad de visitar ciudades más densas (y maduras) sabrán que resulta extraño encontrar grifos en zonas centrales y, cuando los hay, se encontrarán con algunas “hibridaciones”, como grifos en los primeros pisos de edificios que contienen oficinas, comercios o incluso departamentos en los pisos superiores. Allí, para ahorrar espacio, los dispensadores suelen ser pequeñas cajas que cuelgan del techo, dejando la escasa superficie para las maniobras de los autos.

Es cierto que el negocio debe rendir muy bien, y esta es la razón de que sigan ocupando lotes tan caros, pero también creo que debería comenzar a pensarse en cuál será el futuro de una tipología que claramente debe transformarse de cara a una ciudad que necesita esos terrenos para ser más densa; con servicios, equipamientos y vivienda más concentrada. Pero también una ciudad más orientada hacia el peatón, donde una “isla suburbana” de este tipo le hace un flaco favor a los valores de una ciudad contemporánea.

Seguramente el aumento del costo de la tierra y el uso de autos con energías renovables forzará un cambio más temprano que tarde y obligará a operadores, municipios y arquitectos a reconsiderar los prejuicios que solemos tener sobre la superposición y compatibilidad de algunos usos sobre el mismo lote.