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No se vayan

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La pasada semana presidí el acto de graduación de Magister, Ingenieros, Licenciados y TSU de UNITEC en Valencia y asistí al de farmacéuticos y abogados de la USM en Barcelona.

En ambos, los nuevos profesionales y sus familias se encontraban felices y orgullosos del logro alcanzado.

En mi discurso a los graduados rogué que en Venezuela se convirtieran en coprotagonistas del proceso de forjar una nueva nación, que no se fueran, vistos los millones que se han marchado, que se quedaran junto a los suyos en la tierra donde nacieron.

Les hablé de lo que he observado con tristeza en el extranjero –que no me lo han contado-: venezolanos mendingando, tiritando de frio, en Bogotá; haciendo cola interminable en refugios en Boa Vista esperando un plato de sopa para paliar el hambre; tirados en la acera en Lima mostrando minucias a la venta; limpiando mesas y sirviendo platos en Madrid; haciendo Uber en Miami con el alma en vilo esperando la audiencia de asilo. 

Me recordé volando por encima del Páramo de Berlín e imaginado la larga fila de caminantes que derivan hacia el sur, que algunos no llegarán; amaneciendo en Pedernales, contemplando el faenar de pescadores trocados en contrabandistas de blancas, muchachas que enfrentarán el mar para caer en redes de prostitución; escuchando las conversaciones telefónicas de mi esposa Larissa, diputada a la Asamblea Nacional, con presos en Trinidad, humillados, desesperados por retornar.

Relaté lo que un prestigioso periodista amigo me contó tiempo atrás: su mujer todos los días le insistía hasta el cansancio para que se expatriaran. “Vámonos Alirio que aquí somos personas de segunda”. A lo que él, deltano, radicado en Pampatar, invariablemente respondía. “Si, Isabel, puede que seamos de segunda, pero adónde iremos seremos de cuarta, de quinta, así que yo me quedo viendo que puedo hacer para que las cosas mejoren”.

Hablé con propiedad y el corazón a quienes pudieran ser mis hijos señalándoles que aun teniendo a mano el llamado sueño americano no me largo a pesar que tantas veces las circunstancias y el entorno sean difíciles.

“No se vayan. No dejen sus casas, sus familias, sus amigos, no huyan, no se rindan que marcharse es rendirse” recalqué.

En el grado de la USM, emocionaron hasta las lágrimas las palabras del director Enrique Ginnari recordando a su papá quien como él dedicó toda su vida a la educación universitaria en una demostración que lo de nuestro profesores y profesoras es más un apostolado e impactaron las de Gabriel Cabrera quien cerró recordando tres preceptos que, muchos años ha, le machacaron en clase de Derecho Romano:

“Primero: No hagas mal a nadie;
Segundo: Vive con honestidad;
Tercero: A cada quien dale lo que por su esfuerzo le corresponda”.

Tomé sus palabras y en las mías exhorté a los titulados a solo hacer bien, que la honestidad fuese su marca y que cada quien recibiese lo que se merece en razón de su esfuerzo empezando por ellos mismos. Si así fuese seguro que Venezuela comenzaría a cambiar.

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