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En el barrio La Alhambra, de Bogotá, hicieron oír su voz con estos mensajes de protesta por el ruido de los locales vecinos.
Foto: EL TIEMPO / Andrea Moreno

La batalla por el silencio

Al caer medida que autorizaba a policías controlar a vecinos ruidosos, descanso se volvió quimera.

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Si el silencio es oro, ahora con mayor razón el silencio es oro espiritual y cerebral. En medio del bullicio creciente, el refugio del silencio es un necesario encuentro consigo mismo, un descanso para la mente febril que se nos ha impuesto en la modernidad y, viene a saberse, también un mecanismo de protección de la especie. En serio. No solo lo digo en la perspectiva espiritual, sino que hablo de neuronas. Y no solo para que el cerebro descanse, sino para que se regenere.

Hay avances en el descubrimiento de la neurogénesis, como un proceso que permite renovar las neuronas, algo desconocido hasta hace poco. En efecto, se pensaba que el humano estaba dotado de un número determinado de neuronas de modo que las que morían no podían ser reemplazadas.

Ahora se sabe que esa era una idea falsa. Y algo más: un grupo de científicos alemanes en Dresden (Research Center for Regenerative Therapies) han descubierto el impacto favorable del silencio. En ratones, tras dos horas de silencio, crecían nuevas células en el hipocampo.

Recordemos que esta porción cerebral, en forma de caballito de mar (de donde deriva su nombre), es la puerta de la memoria y el aprendizaje. Por otro lado, está ubicado muy cerca de la amígdala, crucial en el comportamiento de las emociones. “El silencio le da sentido a la información”. Como si fuera poco, las nuevas células pueden integrarse al sistema nervioso central para cumplir funciones diversas.

El silencio activa redes que continúan su labor por debajo del nivel de conciencia. En la Universidad de Harvard han descubierto que esa activación de la red contribuye al recogimiento, que es una especie de profundización de nuestra identidad. El ruido apaga la red. Como también mueve la cadena de pequeños huesos del oído. La cóclea convierte el movimiento en descarga eléctrica y alerta todo el sistema. La adrenalina y el cortisol actúan y aumentan los niveles de estrés.

La Corte Constitucional, en reciente sentencia, dejó sin efecto algunas de las normas del Código de Policía en favor del silencio. En especial la que autorizaba a la Policía para silenciar la fuente del ruido, incluso ingresando al domicilio del agresor. Se comprenden las dificultades de la norma. Está de por medio la inviolabilidad del domicilio. Pero las exigencias que dispuso la Corte –al menos en el comunicado– no solo son impracticables, sino que emiten un pésimo mensaje en una situación en la que el abuso del ruido es cada vez mayor.

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Los infractores creen que son soberanos en su casa y que tienen derecho a la bulla. Hay un desprecio por la tranquilidad de los vecinos verdaderamente pasmoso. La respuesta de la policía a las quejas ha sido inocua. Alguna vez un amigo llamó a la Policía para proteger su silencio y el remedio fue peor: el agresor invitó a un trago a la policía. Los agentes se quedaron de parranda hasta el amanecer.

Hace décadas, Lariza Pizano señaló con acierto que la ausencia de efectividad de la ley no solo ocurría en regiones apartadas. Mostraba cómo la impotencia era la regla cuando los vecinos de un bar trataban de lograr tranquilidad. Si algo faltara, hay mucho de corrupción en esto. Y entre las recomendaciones de la Corte hay una que muestra una infinita ingenuidad: el interesado puede “en última medida, presentar demanda ante la jurisdicción ordinaria civil, indicando claramente las peticiones”.

Vaya usted a montar parranda de mariachis en Londres o París para que vea la efectividad de la Policía. Y no rigen allí propiamente dictaduras autoritarias.**

Con razón, desde cuando nació la enfermería, todos los hospitales imponen silencio. Y, como dijo Benavente, “nada fortifica tanto las almas como el silencio”. Solo que ya no es solo el alma. Es el cerebro.

* He tomado en parte información de una publicación de Autoconocimiento Integral.

** Para que no haya equivocación: el papel de la Corte Constitucional ha sido crucial en la tarea de lograr una sociedad más justa. Ha sido también la guardiana del pluralismo. Tengo vivo el orgullo de haber participado en los debates que condujeron a su creación. Pero hoy quiero lamentar una decisión que, aunque tiene ribetes comprensibles, ha enviado un pésimo mensaje en una sociedad bullosa que requiere mayores dosis de silencio.

HUMBERTO DE LA CALLE
ESPECIAL PARA EL TIEMPO@DeLaCalleHum