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Milicianos de la División Ascaso almuerzan en el frente de Aragón en 1937. Fotografía de Margaret Michaelis.OPE-CNT-FAI, IISG

‘Lost in translation’ en las trincheras de la Guerra Civil

Un libro recuerda a las personas que ejercieron de intérpretes para las Brigadas Internacionales

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Bajo el título Lenguas entre dos fuegos. Intérpretes en la Guerra Civil española (1936-1939), publica la editorial Comares en su colección Interlingua un trabajo del profesor Jesús Baigorri Jalón sobre las personas que ejercieron su labor como intérpretes en la Guerra Civil. El prólogo de Enrique Moradiellos avala el hacer historiográfico de quien trabajó como intérprete en la ONU entre 1989 y 1999 y es reconocido internacionalmente como experto y un buen conocedor de la historia de la interpretación. Con un buen número de trabajos pioneros en este terreno, la obra de Baigorri es una imprescindible consulta para cualquiera que se quiera adentrar en esta materia.

El maestro, antes de meterse de lleno en el papel que tuvo la interpretación en la Guerra Civil, nos da en el libro una clase magistral sobre qué es la mediación lingüística y cuál es su importancia a lo largo de la historia; qué aspectos se repiten a lo largo de su devenir y cuáles son los que hacen más difícil su reconstrucción, como es “el silencio de las fuentes respecto a los eslabones orales y escritos que suelen estar ausentes de los documentos y de las crónicas”.

El autor transita de Heródoto a los dragomanes de Constantinopla, de los alfaqueques a Umberto Eco o Augusto Monterroso y su dinosaurio, para enseñarnos que la interpretación tiene su historia y su relevancia y que se hacen imprescindibles los trabajos de los intermediarios lingüísticos en una infinidad de hechos y situaciones, como por ejemplo en las negociaciones que condujeron a la liberación del más ilustre de nuestros escritores de la prisión de Argel, o en los aspectos puramente humanitarios de la sanidad.

La trascendencia de la interpretación para el presente se pone de manifiesto en las palabras de Umberto Eco, “la lengua de Europa es la traducción”. Su significado queda evidenciado, entre otros ejemplos, en la labor mediadora de Malinche, la intérprete de Hernán Cortés, en la Oficina de Lenguas creada por Carlos V para gestionar las relaciones diplomáticas y en las leyes de Indias, con reglamentación específica relativa al uso de intérpretes para mediar con los habitantes de las tierras descubiertas en América. En la Primera Guerra Mundial fueron miles los intérpretes formados en el Ejército francés para comprender a los aliados británicos y estadounidenses. Pero la interpretación también adquiere un alto significado en época de paz, por ejemplo en 1919 en la Conferencia de Paz de París, de la que surgió el Tratado de Versalles y la Sociedad de Naciones, y tiempo después en el proceso de Núremberg.

Más adelante, y ya de lleno en el análisis, Baigorri disecciona con fino bisturí las características del intérprete. Reconstruye la memoria y la identidad de un oficio señalando aspectos que informan sobre cómo se realiza la selección de un intérprete, qué vestimenta y complementos identificativos utiliza, cuáles son las condiciones de su trabajo o los riesgos a los que se expone, así como el encuadramiento y la instrucción entre otros muchos contextos en que se desarrolló su labor. Enfermeras políglotas que atienden y consuelan al soldado y que en ocasiones le acompañan en su lengua al difícil tránsito de la muerte. O compañeros que leen y escriben cartas de amor entre los camaradas y las novias que conocieron en encuentros fugaces. Son reflexiones también muestra de la empatía que aporta el autor al abordar contextos tan sensibles.

Aunque muchos de los intérpretes llegaron encuadrados en sus unidades, otros fueron seleccionados de manera espontánea, basándose para su elección en la necesidad imperiosa de la intermediación y en las dotes lingüísticas naturales que se percibían en el intérprete junto a una probada lealtad ideológica a la autoridad militar de la que dependían. Los intérpretes de las Brigadas Internacionales fueron identificados a veces con brazaletes de tela que, en el caso de la Legión Cóndor, eran distintivos que se llevaban en el gorro o en el bolsillo superior del uniforme.

Este nuevo trabajo de Baigorri, dirigido tanto a historiadores como a estudiosos de la interpretación, no en vano ha combinado los objetivos y los métodos de ambas disciplinas, plantea una serie de reflexiones que, como él mismo indica, van dirigidas al lector para que se conciencie sobre la ficción que se esconde detrás de una “aparente intercomunicabilidad universal que transmiten los medios de información”, poniendo de manifiesto que la comunicación entre los que no comparten el mismo código no es posible a menos que exista un mediador lingüista que los ayude.

Es un trabajo que visibiliza una ocupación y unos nombres marginales en la guerra y a los que apenas se les ha mostrado atención en la historiografía militar, a pesar del alto valor estratégico que supone el conocimiento de la lengua enemiga ya que, como dice el autor, “las lenguas son un arma más en situaciones de guerra”.

El libro pone de manifiesto cómo sin la labor de entendimiento que supone la interpretación y que desarrollaron cientos de personas, hombres y mujeres, la Guerra Civil no habría sido igual. Los jefes militares y asesores de uno y otro bando, así como mandos intermedios y tropa, comprobaron en sus propias vivencias y necesidades la utilidad de la interpretación de lenguas para desarrollar tanto las tareas en el frente como en la retaguardia. La llegada de los intérpretes supuso también un choque cultural para muchos españoles que no estaban acostumbrados al grado de desarrollo de otras sociedades. A algunos mandos militares les costó entender que pudiera haber mujeres casadas y con hijos que ingresasen como voluntarias en la guerra española.

El libro supone también una apuesta por destacar el trabajo pionero de las mujeres intérpretes y su valoración en el espacio bélico, tradicionalmente de hombres, remarcando labores como la de la francesa Teresa Debernardi, que llegó a alcanzar el grado de alférez en julio de 1937, o el trabajo de las intérpretes rusas, iguales en número que sus compañeros varones, que se vieron inmersas no solo en la mediación lingüística sino que fueron mujeres polifacéticas que realizaron además tareas de espionaje, “propio y ajeno”, de propaganda, emitiendo continuos mensajes de los logros de la revolución de octubre de 1917. Se movieron en un entorno caracterizado por la soledad y el esfuerzo propio, en el que casi nunca, a pesar de conocerse muchas por haber estudiado juntas, coincidieron con sus compatriotas al estar destinadas en batallones y compañías diferentes.

Para hacernos una idea de la importancia de la lengua y la comunicación y por ende de las tareas de los intérpretes, leemos a Fuster Ruiz, quien habla de la maldición bíblica de Babel como uno de los mayores sufrimientos de las Brigadas Internacionales: “Estaban en un país que no conocían, donde muchos de ellos derramaban diariamente su sangre, sin que pudieran comunicarse con la mayoría de los amigos que disparaban a su lado y sin que pudieran entender ni comprender, mucho menos aún, a quienes consideraban sus enemigos, que tenían enfrente”.