https://www.informador.mx/__export/1558352633382/sites/elinformador/img/2018/10/08/scamarena2.jpg_1970638775.jpg
Un año de poder

Un año de poder

by

Uno de los errores que cometemos con más frecuencia al tratar de leer al Presidente Andrés Manuel López Obrador es que no queremos atender la congruencia que el personaje ha mantenido a lo largo de más de cuatro décadas.

Es paradójico que uno de los políticos más conocidos de México sea un gran desconocido para muchos de los tomadores de decisiones, de los que participan en el diálogo público, de las organizaciones de la sociedad civil e incluso para muchos políticos.

La biografía de AMLO no se entiende si los años de iniciación en Tabasco cuando trabajó con los chontales. Desde entonces, López Obrador es asambleísta, siempre hace asambleas y desde entonces teje redes, y desde entonces, a partir de esas redes, genera una base de poder.

Muchos pensaron (pensamos) que al llegar a la Presidencia de la República tendría una metamorfosis y se convertiría en un mandatario convencional, buscando ser un jefe de Estado para todos. En realidad, desde el 1 de diciembre pasado ha sido el mismo Andrés Manuel López Obrador de los últimos 40 años.

Este mandatario recorre todos los fines de semana pueblos, rancherías y caminos; las poblaciones más marginadas son vistas cada semana por el presidente de la República, con una actividad febril propia de quien está construyendo de nueva cuenta eso que intentó en Tabasco hace 40 años, una estructura de poder desde abajo.

Al cumplirse un año de gobierno este fin de semana, muchos le reprocharán el 0% de la economía, la baja de los empleos e inversión y que no haya detenido la escalada violenta. Visto así pareciera un pésimo arranque. Pero AMLO ha comenzado la construcción del aparato de poder en el que va a montar su gobierno y desde el cual va a resistir cualquier embate de los poderes fácticos o incluso de los poderes establecidos, como serían gobernadores, presidentes municipales, congresos de los estados, o bancadas del Congreso de la Unión.

En estos doce meses López Obrador ha modificado organismos, leyes y dinámicas que al mismo tiempo que provocan una concentración de poder, desactivan a una serie de interlocutores que solían tener puentes (y demasiada influencia) con el gobierno.

Eso abre la puerta a excesos, a discrecionalidad, a comportamientos erráticos que luego no son corregidos a tiempo porque el diálogo es muy limitado; y abre la puerta, por supuesto, a la corrupción, porque un poder sin acotamientos, ya se sabe, no solo puede incurrir en abusos atropellos, sino que también puede darse licencias dado que desdeña la vigilancia de los otros.

Ha sido un año redondo para el Andrés Manuel al que le gusta la política, a que saborea la política, que le apasiona ese ejercicio del poder. Si estábamos esperando un administrador como Zedillo, si estábamos esperando un gerente como Fox, o si estábamos esperando un florero como ah-verdad, como él mismo dice que eran otros presidentes, no es el caso.

En Palacio Nacional despacha un político que este año ha ganado casi todas las batallas que le interesaban.

Ha creado un nuevo cuerpo policiaco que a la postre mermará a las Fuerzas Armadas, ha desmembrado los obstáculos que le impedían recentralizar la política energética, ha dado señales inequívocas de su autoridad con encarcelamientos emblemáticos, desplazó a un liderazgo enquistado en el sindicato petrolero, metió en un redil a los gobernadores, se agenció los votos necesarios en la Corte para inclinar la balanza cuando sea preciso, tiene un sistema de comunicación masiva que puede prescindir de la prensa, reemplazó casi por completo la forma gubernamental de dar apoyos sociales y aniquiló proyectos emblemáticos de las pasadas administraciones.

2019 para López Obrador fue el año del poder. ¿Qué hará con tanto que ha acumulado? Una primera respuesta podría llegar en los próximos meses. Pero de que su gobierno será diferente, será para otros, los de abajo, los que se parecen a los chontales, de eso no hay duda, de que Andrés Manuel será como el que fue de joven, a pesar de que no queramos aceptarlo.