Nadar contra corriente

31 de enero de 2020, 16:59hs

Nadar contra corriente

Ilka Oliva Corado

Escritora y poeta nacida en Guatemala, "Inmigrante indocumentada con maestría en discriminación y racismo". Blog: www.cronicasdeunainquilina.com

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Hoy me disponía a escribir mi artículo de opinión y mientras preparaba el café busqué música en YouTube y apareció Schubert. Me quedé quieta unos minutos escuchándolo, luego fui a la cocina por la taza de café y regresé a mi escritorio, lentamente su música me fue llevando a otros tiempos, a otros lados; a la edad de la juventud y el hambre, la angustia y el miedo.

Busqué en mis manos los pentagramas musicales que siempre dijo el profesor de Formación Musical que tenemos todos entre los dedos, me levanté con mi taza de café y seguí el ritmo de la melodía buscando el compás, recordé entonces cuando él hablaba de los cuatro tiempos; mis pensamientos volaron por aquel salón de clases de los básicos, donde todas las tardes de los jueves el profesor tomaba los últimos periodos para enseñar Formación Musical a una manada de patojos que en otro lugar de la capital hubieran sido vistos como ladrones, asesinos, violadores, contrabandistas y  narcotraficantes solo por ser de Ciudad Peronia: un arrabal.

Huele pega, moteros, borrachos y peleoneros a tope eso sí había en macollas,  nada del otro mundo, lo común del arrabal. Para cuando asomaba el profesor ya habían pasado por el salón de boca en boca, por lo menos diez bolsas de agua con pajilla cada una cuarteada con un octavo de licor, el humo de la marihuana hacía niebla cuando los rayos del sol asomaban por la ventana. Él siempre con sus pensamientos metidos en la música sin que nada más lo perturbara lograba que nosotros le pusiéramos atención y que de hablar de la cantina Las Galaxias y las boquitas de hojas de jocote tierno y las capiusas a la aldea, a cortar jocotes  a la casa de Marta, (una compañera del salón) que vivía al pie de las montañas verde botella, nos enteráramos de la existencia de unos tales  Ludwig van Beethoven, Johann Sebastian Bach (nosotros pronunciábamos Bach y él decía Baj) Wolfgang Amadeus Mozart, Johannes Brahms,  Tchaikovsky, Vivaldi.

Lo cardiaco era pronunciar sus nombres, aprendernos sus biografías y los nombres de sus composiciones musicales, las cuales el profesor siempre ponía en un casete en la grabadora que lo acompañaba. Relataba la vida de cada uno de ellos con la fascinación con la que Charles Dickens se dedicó a escribir historias. Lo veíamos anonadados, con la boca abierta.  Aquel hombre de pelo cano, de estatura promedio, que recién se había mudado a vivir a Ciudad Peonia junto a su esposa y sus dos hijos, temblaba de embeleso cuando uno de nosotros lograba terminar una melodía en la flauta.